Hola, Ego.
Ya sé que crees que eres yo; más que eso, crees que eres
“toda yo”; y a ratos casi tienes razón. Pero eso de la razón es también
subjetivo, y resulta que no eres yo aunque formes parte de mí.
Crecimos al mismo tiempo, nos condicionaron al unísono. A ti
para que creyeras determinadas cosas, para que te estereotiparas según un rol,
para que dirigieras mi vida. A mí para que me acallara y te dejara hacer.
Ha tenido que pasar mucho tiempo para que me redescubriera.
Para que aceptara esta dualidad que tenemos todos y que nos hace vivir creyendo
que, vosotros, nuestros respectivos egos condicionados, exacerbados y
disfuncionales, sois nuestra
personalidad, nuestra única realidad que aceptar y que mostrar al mundo. Y no
es cierto; solo sois una creación de nuestra mente condicionada por el entorno
material y circunstancial que nos toca vivir.
No espero que lo entiendas, tú vives tu realidad hecha de
entorno exterior y materialismo. Yo, mi “yo” real, quedo por debajo,
preguntándome qué es esta vida, para qué estoy aquí, de qué sirve la capacidad
de pensar y sentir, si luego tú y los roles del mundo dirigís mi destino. Pero
esas preguntas tienen respuestas tan válidas, contundentes y sólidas como tu
existencia…Y más tranquilizadoras, creativas y reconfortantes para mí; por eso
tengo que hacerles caso, escuchar al alma, espíritu o yo subconsciente –
llámalo como quieras- que también está en mi interior y que yace, paciente,
esperando que se calme tu furia y tu fuerza para poder realizarse, ver el mundo
y la vida de otro modo y ayudarme a vivir en paz y en mí.
Para definirnos, te recordaré cómo eres tú y cómo soy yo, en
realidad. Partamos de la base de reconocer que somos dos- a veces pareces más, ¡ay!,
hasta dos o tres personalidades distintas murmurando en mi cabeza y, no, nada
que ver con la enfermedad de la esquizofrenia o el desequilibrio del borderline; tan “normal” como que es norma en la inmensa
mayoría de humanos-, como te digo, reconozcamos que somos dos “yo”, interfiriendo
el uno al otro en la realidad cotidiana.
Tú eres el que cree ser un personaje más en el mundo, y ni
siquiera eres capaz de fijar las características para siempre. Según épocas y
cómo las afrontas, me representas ante mi misma con méritos o sin ellos,
importante o insignificante. No solo ante mí creas un rol y pones
limitaciones, sino respecto a los demás; lo cual es mucho peor: pobre o rica, respetable
o rechazable, divertida o amargada, hábil o torpe…Haces tuyas las etiquetas,
todas las imaginables, y las utilizas para manipularme, para crear mi guión,
para decirme de antemano qué puedo o no puedo hacer, sentir o aspirar a ser y
sentir… Tú eres el dueño de mi ira, de
mi tragedia, de mi vanidad, de mi falso orgullo, de mi tristeza. Tú disfrazas
la alegría de apariencia, la apariencia de dignidad, la dignidad de
convencionalismo.
No eres malo, Ego, solo estás equivocado: crees ser yo,
crees guiarme, crees estar limitado por este cuerpo y concentrado en esta
mente. Y no, no es así, y necesito hacerte ver tu propio engaño. Luchas por tu
supervivencia haciéndome creer que luchas por la mía, por eso te encanta el
tiempo del reloj. “Ya no es tiempo de hacer tal cosa”, “ya se ha pasado la
ocasión”, “ya es muy tarde para tal o cual”… Y se te olvida que utilizas la única
palabra que tiene sentido y es real: “Ya”.
Ese “ya” que significa “ahora, ¿si no, cuándo?”, ese “ya”
que da validez a todo, teniendo voluntad y deseos de vivirlo. “Ahora”, el
presente que tanto temes, que tanto eludes, porque es lo único real de que
dispongo, lo único que puedo vivir en cada instante. Pero tú te empeñas en
echar atrás o adelante la historia de mí misma en mi cabeza, como si así,
reviviendo constantemente el pasado o imaginando mis posibles futuros, pudiera
olvidarme de mi “ahora”. Y tienes razón,
lo olvido…, por tu causa.
Tu problema, y el mío mientras dejo que me manipules sin
siquiera darme cuenta, es que no eres
real. Eres un reflejo; eres un compendio de lo que me enseñaron, interpreté y
creo que debo aplicar en mi vida. Eres una mezcla absurda de creencias, ciertas
o equivocadas. Eres un archivo de pensamientos desfasados e irreales. Eres mi miedo
trasformado en convicción.
Por eso voy a intentar definir la otra parte más difícil de
ver de mí misma, para que te des cuenta del porqué, en lo que pueda, tengo que controlarte yo y no dejar que me
controles más tú.
Mi yo es inmenso, inacabable, como inacabables son las
posibilidades en la vida. Mi yo es la vida, sin esquemas, con aceptación de lo
que tú tildarías de bueno y malo. Mi yo es creativo, compasivo, solidario,
libre. Mi yo sabe que no está solo, que no hay fin ni principio, que el juego
es andar, aprender, elegir. Mi yo sabe que mi cuerpo es la herramienta, y lo
respeta y lo cuida por ello. Mi yo sabe que yo no soy solo un cuerpo.
Descubro eso en el silencio -bendito y mágico silencio-
cuando logro acallar tu insistente voz y alejarme del fragor del mundo.
Descubro a mi yo, en lo más profundo de mi ser, esperando a que no seas tú el
fuerte, el que lleva las riendas, y poder crear, expresar, amar. Sin juicios,
para no tener que perdonar ni condenar nada ni a nadie. Sin mareas de
pensamientos que distorsionan la realidad que se me presenta. Sin dramas añadidos
a la tragicomedia de la vida. Solo fluyendo, imparable, como el agua unida al caudal de un rio.
En ese “yo” no hay miedo, ni inseguridad, ni engreimiento. En
ese “yo” hasta el dolor es parte de la vida, parte de la experiencia, parte del
aprendizaje, parte de la elección a tomar. En ese “yo”, que no eres tú, los
demás y sus egos toman sus propias dimensiones, que son iguales a las mías: en
la medida que nos domine el propio ego, todos elegimos vivir en un caos propio
o en una paz común.
Por todo eso, Ego, yo te absuelvo…Y perdona que juegue con
la frase en latín cuyo significado también te has apropiado: “Ego te absolvo a
peccatis tuis” (Yo te absuelvo de tus pecados)…Solo yo, mi yo “real”, puedo
absolverte, absolverme, de mis (nuestros) errores ¿Por qué pensar que otro ego
puede tener ese poder?
A la luz de la paz y la alegría que hay en mí, porque
estoy viva, porque quiero vivir esa experiencia, no solo te absuelvo, sino que
no tengo nada que perdonarte. Déjame vivir y deja de temblar.
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