Me pasé todo el tiempo mientras leía la obra de Aldous
Huxley “Un mundo feliz” pensando en
dónde narices estaba el “mundo feliz” y quién, en el contexto de la narración,
podía considerar que la felicidad era esa forma de vida. Para entenderlo un
poco, tiene una que salir de sus propias concepciones y ponerse en la piel de
un ser manipulado desde la infancia, supeditado a cánones establecidos y
domesticado por métodos biológicos, químicos y conductuales. Si te dicen que la
felicidad es “cumplir con tu obligación”, crees que eres afortunado por
cumplirla. Si te dicen que la alegría se consigue con una pastillita, un determinado
ambiente o una buena dosis de alcohol, la buscas ahí…Todo depende de lo que el
entorno te enseñe, te modele y te exprima el cerebro. Y lo demás te parecerán
pamplinas, falsedades o sueños de ilusos.
Dicen algunos pensadores que, en este siglo, el caos en
todos los órdenes sociales –del que empezamos a ver los síntomas: crisis económicas,
políticas, ideológicas y éticas, enormes brechas entre clases sociales,
injusticias toleradas o impuestas, etc.- será tal que la humanidad, a nivel
individual y colectivo, se determinará en mayoría por una de estas opciones:
·
- O el orden mundial se volverá aún más individualista, materialista, totalitario y déspota (a qué nos recuerda eso)
- O la mayoría de personas romperán con los estereotipos conocidos y comenzará otro sistema de conformar la sociedad, más integrado en el humanismo, en la búsqueda del equilibrio natural y el bienestar común.
Aunque la lógica de la experiencia nos diga que la más
probable parece la primera opción, en el fondo de cada uno de nosotros late el
deseo de que ocurriera lo segundo… ¿o no?
¿Quién no preferiría un mundo bienintencionado, sencillo,
donde exista más equidad, justicia y ganas de vivir en paz con uno mismo y
hacer el bien al prójimo, antes que hacer realidad los futuros hipotéticos de
Aldous Huxley?
¿Quién nos impide esos cambios, y pensar que son posibles?
Si reconocemos la verdad más íntima del ser humano, de todos y cada uno de
nosotros, la respuesta es sencilla: el gran y omnipresente enemigo es el miedo.
Miedo al error, miedo a que cambiar sea peor que el mal
conocido, miedo a la supuesta represalia o represión del poderoso, miedo a
nuestra vulnerabilidad, miedo a todo,
miedo al miedo.
El propio Huxley decía: “El
miedo no solo expulsa al amor; también a la inteligencia, la bondad, todo
pensamiento de belleza y verdad, y sólo queda la desesperación muda; y al
final, el miedo llega a expulsar del hombre la humanidad misma.”
No hay nadie más a la defensiva y, al mismo tiempo, más
incapaz de defenderse que una persona con miedo.
Por eso, para que el entorno, la sociedad, el resto del
mundo cambie su actitud, es tan importante empezar a asumir el propio miedo, de
manera personal, individual, íntima y sinceramente.
Pero a los primeros a
quienes intentamos engañar es a nosotros mismos. Nos negamos a reconocer que
tenemos miedo, a lo que sea, en mayor o menor medida, creyendo que reconocer
nos debilita o nos deshonra, cuando es al contrario. Y creemos que, una vez
reconozcamos que tememos, no habrá defensa contra ese miedo; esa negación es
precisamente lo que el miedo necesita para hacerse fuerte, para quedarse en
nosotros, para dominar nuestra vida.
Esclavos del miedo
Para darnos cuenta de cómo el miedo se convierte para
quienes nos gobiernan (sea el jefe o sea el gobierno de turno) en un arma de
manipulación para guiar nuestras voluntades, solo hace falta repasar las
estrategias que utilizan y que detallaba en mi artículo “Asustar, silenciar, dominar: la estrategia del control social”.
Para superar cualquier tipo de miedo personal, también he intentado dar
algunas claves, como en esta otra entrada , titulada “Ojo con el miedo y lanegatividad”.
Os las recuerdo y os las recomiendo, por si pueden ayudar a
que, poco a poco, nos liberemos todos del miedo. Creo que a todos nos valdría el esfuerzo.
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