Justo ayer, leía el comentario de un “informado” seguidor de
una página sobre el estrés. El caballero aducía que “el estrés no era malo, porque un investigador de Harvard había
descubierto que estimulaba la alerta y atención hacia algo importante que
estaba ocurriendo, y también la concentración para solucionarlo”… ¡Ah, y
añadía a sus argumentos que se había constatado que “era bueno para la recuperación de operación de rodilla”! (¿?)
No pude reprimir la tentación de contestarle a tan
significativo “enterado”, y le aclaré amablemente que, tanto en el artículo original
sobre el estrés que estábamos comentando, como cuando se habla de “los males
del estrés”, nadie se refiere a que “es malo”, per sé, sino a que perjudica a
niveles altos y prolongados en el tiempo.
El estrés (excesivo), “quema”
Evidentemente, el estrés, como muchas respuestas anímicas
del cuerpo, es un mecanismo de protección o defensa del cerebro ante
situaciones que lo precisan. Lo que llamamos estrés, es una sobrecarga puntual
de adrenalina que intenta prepararnos para afrontar una tarea larga, pesada o
un trance especial. Está programado para facilitarnos la acción rápida y el
aguante del cansancio durante cierto tiempo, activando la alerta mental hacia
el problema que nos ocupa. Pero, si esa tensión es muy intensa o dura demasiado
tiempo- pongamos meses, años- es cuando la función del estrés, en principio
sana, se vuelve disfuncional.
Por ejemplo, es lo que en el ámbito laboral se llama “estar
quemado”. Y se puede “estar quemado” en otros ámbitos de la vida personal.
El “quemado laboral”
o síndrome de Burnout
El estrés excesivo y prolongado por sobrecarga de trabajo, la
dedicación exclusiva y en sobreesfuerzo, la decepción hacia los superiores o la
desilusión por la labor a realizar, produce en los profesionales de algunos sectores habituales
sensaciones de agotamiento crónico, un desgaste progresivo, unido a desmotivación, irritabilidad anímica y otros síntomas, que
fue descrito por primera vez en 1974, por el investigador Freudenberger, como “síndrome de Burnout”.
El autor de ese primer diagnóstico, lo describía como: “una sensación
de fracaso y de existencia agotada, como resultado de la sobrecarga por
exigencias de energías, recursos personales o emocionales, del trabajador”.
De ese modo, el síndrome de Burnout entró a considerarse un mal psicológico
propio del ámbito laboral, sobre todo por la prolongada relación interpersonal
y el esfuerzo en la atención.
Muchos investigadores, autores y médicos han dedicado
estudios y textos a profundizar en este síndrome y sus consecuencias. En 1981,
C. Maslach y S.E. Jackson, identifican el burnout como un “síndrome
tridimensional”, dado que afecta con agotamiento físico y emocional, provoca
despersonalización del profesional hacia quienes debe atender, y reduce la
realización profesional de la persona que lo padece, quien desconfía de sus
actitudes y desarrolla un autoconcepto negativo. Estos mismos autores (Maslach y Jackson, 1981)
crearon el método de evaluación del burnout más utilizado hasta la fecha, el
Maslach Burnout Inventory (MBI), que consiste en una serie de tests que evalúan
los sentimientos y pensamientos del trabajador en relación con su medio de
trabajo.
Según las últimas investigaciones, entre ellas las de los ya
citados Maslach y Jackson, pero también Pines y Kafry (1978), o Dale (1979) y
Cherniss (1980), hay factores que determinan la tendencia a padecer un
“burnout”:
- Si el profesional tiene deseos de destacar y obtener resultados brillantes, a nivel meramente individual y cuanto antes.
- Si conlleva estrés o problemas laborales y particulares.
- Si es demasiado autoexigente y con baja tolerancia al fracaso, es controlador, perfeccionista y/o ambicioso.
- O si se ve como indispensable en su puesto de trabajo.
Todo esto, puede empeorar si, además, la persona presenta características
como:
- · Incapacidad para compartir sus problemas o miedos laborales con familia o amigos.
- · Dificultades para pedir ayuda a compañeros, o delegar parte del trabajo.
- · Falta de preparación o adecuación para el puesto de trabajo.
- · No compartir ideas con el grupo de trabajo o la empresa.
- · Descansar poco o insuficientemente cuando está fatigado.
- · Desear otro puesto de trabajo y no conseguirlo.
Evitar el síndrome
del “quemado”
El profesional “quemado” se siente agotado emocional y
físicamente, se muestra cínico y desganado ante sus compañeros y quienes debe
atender, se desmotiva de lo que, inicialmente, le ilusionaba de su profesión,
no consigue concentrarse en su trabajo. Pueden aparecer síntomas como
desórdenes metabólicos, desequilibrios de la tensión arterial, insomnio,
ansiedad, angustia, crisis de pánico, sentimientos de persecución o coacción,
hipersensibilidad y falta de imaginar mejora en el puesto de trabajo o ilusión
por el futuro.
En casos extremos de desgaste profesional y de “estar
quemado”, muchos especialistas del síndrome recomiendan considerar el cambio de
actividad o de lugar de trabajo.
Obviamente, para evitar el síndrome del profesional “quemado”,
hay que evitar situaciones de estrés de larga duración. Los especialistas recomiendan una serie de
medidas, para afrontar el desgaste laboral:
- Analizar todos los aspectos que rodean el entorno del trabajo
- Establecer prioridades en el desarrollo de la carrera profesional
- Tratar de equilibrar las aspiraciones personales, profesionales, sociales y familiares.
Algunos investigadores del síndrome de burnout, especifican que las personas con menos
tendencia a contraerlo son las que poseen una personalidad resistente, positiva
y con percepción de control sobre sí mismos; también aquellas con habilidades
emocionales y las que, pese a las circunstancias, mantienen el sentido del humor.
Antes de “quemarse”
En definitiva, la profesión o la dedicación laboral deben
ocupar su lugar justo en nuestra cotidianidad, sin excesos o problemas que nos invadan
la vida. Por eso es tan importante marcarse las prioridades que cada cual desea
o considera como vital para sí mismo -entre ellas, el trabajo- y elegir en consecuencia. Saber dedicarse
a la labor con efectividad y profesionalidad, no implica permitir, ni
permitirse, abusos de energías que conduzcan al agobio y al desgaste. La salud,
la familia y demás seres queridos, la propia felicidad y el propio bienestar, no
tienen precio ni repuesto.
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