lunes, 1 de abril de 2013

Las chicas malas del cine






Me da por observar ( que no mirar) a esos personajes femeninos que el cine de todas las épocas nos ha ofrecido como prototipos de mujer deseable, fatal y, a la vez, ejemplos constantes de lo malísimas que podemos llegar a ser y lo muy vulnerables que son los hombres (aunque sean “protas”) ante nuestros efímeros encantos.

Las diosas de la gran pantalla son, en su mayoría,  de esa especie que justifica para ellos el deseo inmediato de las hembras y el repudio  desdeñoso que se merecen por frías, calculadoras, virulentas y crueles.  Pero, ¿eran así en realidad, esos personajes de mujeres, o fueron producto de su época? ¿Se mereció Gilda recibir malos tratos? ¿Era tan “enloquecedora” Marilyn? ¿Qué tienen que ver con las “chicas malas” del cine actual? ¿Y con las mujeres reales?



Gilda, o Rita Hayword

Creo que aún no tenía uso de razón para entender lo que se tiene por bueno y malo, y menos aún en el terreno erótico-sentimental, y ya jugaba yo a recrear la famosa escena del guante de Gilda, una película que ya entonces era antigua y que mi madre no se cansaba de explicarme cual cuento para adultos reciclado. Y es que la belleza de Gilda – mejor dicho, de Rita- encandila a hombres y mujeres (incluso a niñas), por causas bien distintas o quizás no tanto.

Gilda, al contrario que la Lolita de Nabokov (ya hablaremos de mi tocaya, que me la tienen muy distorsionada, a la pobre) no es ni aparenta ser ninguna ingenua, no juega al ambiguo juego de “mosquita muerta” de las mujeres de su época, no engaña más que a los que se quieren dejar engañar- o culparla de haber sido engañados- que son todos los hombres que se ponen a su paso. Gilda, adulta, pícara, provocadora y magníficamente sensual, es un anzuelo perfecto que, en realidad, se convierte en el pez capturado que se revuelve ante su captor. En la historia de Gilda, ha sido siempre la víctima propiciatoria para ser utilizada y, cuando quiere dejar de ser el pez,  la transforman en el malvado gancho destroza corazones que crea rencores apasionados. Gilda solo quiere sobrevivir, a ser posible vivir;  y para ello utiliza lo que ha aprendido: que las mujeres son un reclamo sexual, que solo así te dan lo que deseas, que ningún otro valor intelectual o espiritual le será reconocido ni tiene tanta fuerza, en un mundo patriarcal y misógino, como el magnetismo erótico de su belleza externa.

Pero, ¡ah!, Gilda no es tonta y está ya muy escamada. No cae en romanticismos trasnochados, aunque también los utilice para sus fines. Gilda quiere vivir consigo misma, tener lo suficiente para ser ella misma, no depender ni dejarse manejar como un auto deportivo…Y eso no se le perdona, de ninguna de las maneras.

Solo un dato: Johnny (Glenn Ford) le propina una sonora bofetada; ella le da dos. La llamaron malvada por esa respuesta. Juzguen ustedes.




Por siempre Marilyn, el mito femenino del ideal masculino

Marilyn Monroe no tiene una sola película en la que su personaje sea destacable. Es siempre el mismo, perpetuado cinta tras cinta: Indómita aunque ingenua,  perfecta en su imperfección, cándida aunque arrolladora. Es la tontita preciosa que ellos siempre soñaron y soñarán, porque les han enseñado que las mujeres así son lo mejor para que un hombre lo pase bien, se luzca ante los amigos y no tenga problemas doméstico-sentimentales. Marilyn no reclama atenciones más que cuando quieren dárselas; Marilyn está siempre ahí, enloquecedoramente sexy y bonita; Marilyn es un trofeo glorioso, sumiso y bobo.

Marilyn, dicen, no era Norma Jean. Norma Jean buscaba amor, del bueno, del respetuoso, del libre, del que valora a las personas aunque sean mujeres, desesperadamente.

Y, si para eso tenía que aparentar lo que le decían, hacer lo que se esperaba de ella o reinventarse distinta, lo hacía. En la pantalla y fuera de ella, como fue el caso.

Creó escuela, y hay montones de mujeres que la han emulado en sus vidas reales. Lo que no tengo tan claro es si nos ha hecho un favor a las mujeres, contagiando ese comportamiento. A ella no le funcionó muy bien, en lo personal; creo que a las demás, a la larga, tampoco.



La señorita Shug, de “El Color Púrpura”

¿A que no os esperabais este personaje?... ¿Sabéis cuál es?...Pues es mi favorito de la película de Spielberg y de la novela de Alice Walker (que ganó el Pulitzer con esta obra).

Es ese personaje a ratos odioso, impertinente, frívolo, prepotente;  y a ratos tierno, compasivo, heroico y mediador. Shug (señorita Shug) es la antítesis (aparente) de la sumisa, apaleada, ignorante y acomplejada Cellie (Woopie Woldberg). Shug, para Cellie, es la amante de su marido y también su liberadora (la de ella), porque es la primera persona que la hace feliz y le devuelve un poco de su dignidad perdida ¡Casi nada!

Pero, ¿cómo es Shug o, mejor dicho, quién es Shug? Pues es una desvergonzada de tomo y lomo, para empezar. Es decir, es una mujer que se ha hecho a sí misma, con lo que tenía a mano; que ha pasado de convencionalismos sociales, que toma para sí lo mejor de cada día, que intenta superar un pasado que aún la hiere. Pero Shug, herida, desengañada del amor, calculadora y fría con los hombres cual Gilda afroamericana, es capaz también de compadecerse del sufrimiento ajeno, de ver más allá del dolor y la mediocridad de los demás y descubrir a la persona aprisionada bajo pesadas capas de miedo y vejación. 

Vale, Shug es bisexual, pero el sexo no es su objetivo, como en los hombres, sino un aditamento de la vida más.

Shug entrega, además de recibir, porque anhela redimirse ante los ojos de su padre, al que idolatraba de niña, pero que la asfixiaba en una existencia coartada y servil como a las demás mujeres de su época y su entorno social.
Pero Shug se demuestra a sí misma que puede con ese rechazo paterno y con más, reforzada por ese dar a los demás lo que necesitan: alegría, dignidad, valor, reconocimiento, amistad. Y es entonces cuando es recompensada por la vida: cuando es totalmente ella misma.

“Hermana, tengo noticias para ti: soy especial; ojalá tú sepas que lo eres también”, dice en su maravilloso blues “Sister”.

Esas humanas “chicas malas”

Éste ha sido mi análisis - personal, claro está- aunque podría decir mucho más de cada uno de esos perfiles, ficticios o reales, pero de mujer. Son estereotipos creados para dar una impresión, pero que han tomado vida propia, incluso contra la voluntad de sus creadores muchas veces. Ellas, las “chicas malas”, no son malas, ni buenas, ni simples, ni débiles, ni manejables. Son humanas; y como humanas son complejas en sus caracteres, comportamientos y forma de ver la vida. Tienen sus luces y sus sombras, como todas nosotras que somos de carne y hueso, como todos los hombres que las han idolatrado y las idolatran, al tiempo que las llaman “malas mujeres” o “mujeres fatales”, como les reprochó en tiempos más lejanos Sor Juana Inés de la Cruz. No desean ser adoradas, ni deseadas, ni fastidiar a nadie;  en realidad, solo quieren ser queridas y valoradas…, más allá de sus bonitos cascarones.

Me falta añadir qué tienen en común con las chicas malas que nos muestra el cine más reciente o actual: a mi juicio, nada. Y pienso que es porque las mujeres actuales no tienen excusa para ser “fatales”; pueden ser mujeres-persona, hacerse respetar sin pasar por el aro del halago al varón, competir por lo que desean sin un Pigmalión que las proteja, las apadrine o las enseñe.

Por eso, las mujeres del cine que llaman la atención de los hombres, no son más que floreros sexuales con pistola o brujas desaprensivas pero bellas. Las poco atractivas, en las “pelis” de hoy en día, suele pretenderse que sean lo que no hay que ser, pasando supinamente de sus intelectos, dulces caracteres o valores éticos o morales…., que ni se perfilan; por eso apenas tienen papeles o son de mala, malísima y secundaria, como el de la película “Por la cara”, de reciente estreno.  Pero podemos hablar de ellas en otra ocasión, como de Lolita…Hermanas.