Este cartél con una cita de
Galeano me ha “inspirado” de nuevo la reflexión sobre el miedo. Y es que una, que predica tanto sobre cómo estar bien
(o mejor) con este mundo convulso rodeándonos, también cae a menudo en las
garras de ese monstruo tormentoso, el miedo, que parece estar tan de moda sin
campañas publicitarias, y es tan utilizado por nuestros avispados políticos y
tecnócratas, entre otros.
Sí, lo confieso sin miedo:
caigo bastante más de lo que quisiera en el miedo. Miedo a todo o a cualquier
cosa, miedo a que sea cierto lo que
dicen o a que no lo sea y esté pasando miedo inútilmente…, miedo al miedo. ¡Lo
peor!
Pero, y no es consuelo de
tontos, sino constatación real: sé que todos estamos igual; vivimos en la época
del miedo, porque aún pensamos que tenemos mucho que perder y nos queda poco
que ganar.
Por eso quiero que todos, yo
incluida, recordemos lo que sigue a continuación… Y admito discrepancias, que
intentaremos debatir.
Mirando al miedo
Queremos vivir felices pero,
cuando algo va mal, tendemos a pensar con negatividad. Vencer a esa tendencia
es encontrar la salida de los problemas, y evitar más dolor y miedo.
Hemos oído hablar de positivismo, optimismo y negatividad.
Las dos primeras palabras sugieren algo deseable y que todos queremos poner en
práctica, aunque llegado el momento- cuando los problemas surgen- resulta
bastante más difícil de lo que parecía. En cambio, la tercera palabra, negatividad, instala ese concepto en
nuestra mente sin que nos demos cuenta, a pesar de lo mucho que nos repele….Pero
nos la creemos.
Si algo se tuerce en nuestra
vida es habitual y casi inconsciente que
pensemos que todo puede ir peor, que esa circunstancia ha estropeado nuestra
existencia para largo tiempo, que no podemos ver soluciones satisfactorias,
¿verdad? Eso es lo que hacen los pensamientos negativos en nuestra mente:
convencernos de la inevitable tragedia y la fatalidad. Por lo tanto, hay que
aprender a desecharlos, y el primer paso es no darles el poder de creerles y,
en cambio, pensar que solo son pensamientos, ni más ni menos. Solo son ideas,
no nuestro destino real.
El miedo es un pensamiento,
una imaginación desbordada de una situación que no ha pasado.
Ante una situación difícil o
dolorosa, lo ideal sería ser capaces de superar la tendencia, tan humana, de
aumentar el sufrimiento instalando el “drama”. Una pérdida, ya sea de un ser
querido, un trabajo, o un bien material, ya es suficientemente lacerante como
para añadirle más dolor, inconscientemente, pensando en ese momento de
confusión mental que “la vida se ha terminado para nosotros”. Eso se consigue evitar,
dándose cuenta de que nuestra mente nos impulsa a sentirnos víctimas, y que
solo en nuestra voluntad está permitirlo.
En realidad, una desgracia no
es más que una circunstancia de la vida, por otro lado inevitable en todas las
vidas. Cierto que representa un trauma,
y es natural sentir dolor, tristeza, desamparo, y cualquier otro sentimiento a
los que conllevan esas situaciones amargas; pero no debemos dejar que esos
momentos marquen nuestra existencia o nos colapsen, por nuestro bien y por el
bien de quienes nos rodean. Cuando algo malo sucede, inmediatamente se instala
en nuestra mente el miedo a más consecuencias nefasta por esa causa….El primer
miedo: no conseguir superar ese trance jamás.
El doctor y conferenciante
sobre liderazgo y superación personal, Mario Alonso Puig, dice sobre el
pensamiento negativo: “Se ha demostrado
en diversos estudios que un minuto entreteniendo un pensamiento negativo deja
el sistema inmunitario en una situación delicada durante horas”. Y explica
que esto sucede porque: “El distrés, esa
sensación de agobio permanente, produce cambios muy sorprendentes en el
funcionamiento del cerebro y en la constelación hormonal... Tiene la capacidad
de lesionar neuronas de la memoria y del aprendizaje localizadas en el
hipocampo. Y afecta a nuestra capacidad intelectual porque deja sin riego
sanguíneo aquellas zonas del cerebro más necesarias para tomar decisiones
adecuadas.”
Como oponentes de la anterior
situación negativa pensamos en el optimismo o positivismo. Suelen confundirse
estas dos palabras como sinónimos, pero no lo son en realidad. Ser optimista es
pensar que todo va a ir bien, dándolo por hecho, lo cual merma en parte las
ansias de superación, porque no se creen tan necesarias. El optimista se cruza
de brazos, esperando la “buena racha”. El positivista, en cambio, lo que hace
es creer en su capacidad de superación, sin anticiparse a un resultado
satisfactorio.
Nadie conoce el desenlace de
las situaciones que le tocan vivir. No
hay que dejarse llevar por el desaliento o la frustración, pero hay que darse tiempo para recuperarse,
ver luego las posibles alternativas y emprender un nuevo camino.
El positivismo nos impulsa al
trabajo constante e ilusionado para superar un mal momento, gestionando óptimamente
cada fase del duelo, sufrimiento o sentimiento de incapacidad personal que nos
generen nuestros tropiezos en la vida.
Darnos cuenta de que la
frustración o el miedo al futuro no nos dejan avanzar y resultan inútiles y
dañinos, es empezar a caminar hacia el positivismo.
Eckhart Tolle, reconocido maestro
espiritual, conferenciante y autor de obras como “El Poder del Ahora” o “Una
Nueva Tierra”, hace esta reflexión:
“Ninguna otra forma de vida en el planeta, conoce la negatividad, sólo los
seres humanos, de modo que ningún otra forma viola y envenena la tierra que la
sustenta. ¿Hemos visto alguna vez a una flor infeliz o a un roble estresado?
Los únicos animales o seres que pueden reflejar algún problema neurótico, son
los que viven cerca del ser humano, los que han conectado con la mente humana y
su locura.”
Como el resto de seres vivos,
no nacemos negativos, aprendemos a serlo. Las decepciones, los desengaños, los
errores propios o ajenos, nos llevan a un estado de ira interior, desaliento o
dolor emocional ante las que nuestra mente intenta defenderse anticipando lo
peor, o creando malos sentimientos. Pero eso no es más que una mala reacción,
un mecanismo inconsciente equivocado. Todos podemos encarar la vida de modo más
equilibrado, evitando dejarnos llevar por el pesimismo de nuestras emociones o
pensamientos.
Tras cualquier problema
siempre existe una solución, necesitamos tan solo tener claridad de ideas y que
nuestra mente no se colapse- o se distraiga- con emociones tóxicas. Reforzar nuestros pensamientos positivos, apoyarnos
en quienes nos aman y nos animan y emprender los caminos para superar cualquier
crisis es lo que hará cambiar nuestra vida.
Porque solo nosotros mismos
podemos cambiar nuestra actitud ante la vida, y ella responde en consecuencia.
Olé con el artículo, ¡genial! Con tu permiso me lo voy a copiar para releerlo de vez en cuando, a ver si aprendo de una vez, porque teoría sé bastante, pero a la hora de ponerlo en práctica es bastante más complicado. Me ha gustado mucho la distinción entre ser positivo y optimista, es cierto que se confunden ambos términos. Besitosssss
ResponderEliminarA tí, querida "tocaya", no te hace falta mi permiso para copiar lo que gustes ;)
ResponderEliminarY, sí, de la teoría a la práctica suele ser bastante más costoso. La "culpa" la tiene lo mal acostumbradas que están nuestras cabezas: ¡Siempre se olvidan de lo que las puede hacer cambiar, casualmente! Hablaremos de eso un día de esto, que es muy curioso...,¡y de barreras mentales!
Besazo enooorrrme
Otra cosa complicada. Lola, no sé yo... jajaja
ResponderEliminarMe pasa como a la otra Lola, me gusta la distinción que explicas en tu entrada sobre lo que es el optimismo y el positivismo. Me encantaría tener cuarto y mitad de cada, aunque preferible sería lo de ser positivo e intentar ir superando barreras y miedos.
Buen artículo. Haré lo mismo: de vez en cuando una lecturita y a seguir intentándolo
Achuchones gordos, corazón de melón
A ver, niña, que te lo explico, que no es tan así:
ResponderEliminarQue no es que tenga una que ser optimista todo el rato o positiva tol rato...,que viene la negatividad esa y viene...Pero cuando sabes que puede venir, la notas. Es el momento de decidir si le sigues la corriente o piensas en positivo, o sease, un pasito detrás de otro, sin mirar a la montaña entera, porque entonces sí que entra el canguelo total.
Que no, que por cuartos o mitades no lo encuentras, ¡más quisiéramos!...lo encuentras por narices que le echas a pensar: "¡que la mala lexe, el miedo o la caguitis no me jode la vida, hala!"...Algo así...Dicho eso, cuesta, jamia, cuesta un rato largo...:)