Después de leer los comentarios en la entrada de “El atardecer
de la vida según Jung”, sigo a vueltas con esto de la edad y lo apropiado en
cada etapa. En estos tiempos en que la juventud, como estereotipo, es el modelo a seguir, la mente colectiva anda
muy confundida en esas cosas: se pasa del concepto “juventud” al de “vejez” sin
transición, cuando no es así.
¿Cuándo se es viejo?
Hace apenas cuatro o cinco décadas, una persona en el medio
siglo de edad era ineludiblemente vieja, o entrando en la senectud….Luego,
resulta que esa misma persona ha vivido o vive aún otros treinta o cuarenta
años. Años en los que ha vestido como vieja, actuado como vieja y se ha
mentalizado de que, desde esa edad aún temprana, empezaba el declive físico y tocaban los achaques, la calma forzada en
las actitudes y actividades y el pensamiento encaminado al desfase social a que
se “condena” a los viejos en esta sociedad occidental que exalta los valores-
solo- de los treinta primeros años de vida.
Al menos, dentro del error, en esa época existía el tránsito
entre los cuarenta y los cincuenta en que uno, o una, era considerado “mediana
edad”. Ahora, se llama joven a una persona de treinta y siete, treinta y ocho
años, pero… ¡ay!, cumple los cuarenta y empieza a oír que “ya no es joven”,
como si eso mermara sus posibilidades.
Dice Emilio Duró- que es un señor que sabe expresar sus
opiniones personales de forma tan espontánea y graciosa que ha conseguido
hacerlo como motivador profesional- que, el cuerpo humano, estaba hecho para
vivir unos cuarenta años. La gente de antaño se casaba siendo preadolescente, vivían
juntos un par de décadas y, muchos de ellos, antes de los cincuenta morían por
las muchas enfermedades, por los riesgos del entorno o por desgaste físico de
trabajos muy duros. El matrimonio, dice Duró, eran veinte años para criar a los
hijos…, ahora pueden ser cuarenta años, cincuenta y tantos, con la misma pareja…,
por eso no hay matrimonio que lo resista. E, insiste, que por ese motivo hay
que elegir bien a la pareja “para toda la vida”, renovar los sentimientos hacia
ella, cuidar la relación… ¡o se nos estropea por el camino!
Hasta el siglo XIX o
incluso entrado el XX (antes de ayer), la gente se moría con sesenta o sesenta y
cinco años. Los avances científicos, el ahora zarandeado “estado de bienestar”
y la tecnología, nos han permitido extender la esperanza de vida hasta los ochenta
y tantos años, de media y, gran parte de esos años, libres de enfermedades
limitantes y en plenas facultades mentales y físicas ¿Y se llama vieja a una
persona con cuarenta y tantos, cincuenta o sesenta años?
¿Qué cambia cumplir
años?, ¿qué cambias tú?
Lo peor, naturalmente, no es cómo se nos llame, según la
edad; lo peor es que todos y todas estamos mentalizados para creérnoslo. Los
jóvenes creen que existen unos “roles” y un guión ex profeso para sus años, que
deben seguir para no “fracasar” en la vida. Estudiar una carrera, viajar mucho,
hacer deportes muy activos, trabajar duro, salir de fiesta a menudo, cometer audacias
o pequeñas locuras…,todo eso es lo que se “espera” de una persona joven, sea o
no sea lo que le apetece, sea o no sea lo que puede hacer en ese momento de su
vida.
Por el contrario, los adultos de cierta edad empiezan a
pensar como el “programa” colectivo les ha dictado: “No hago tal cosa porque, a
mi edad…”, “para cambiar de modo de vida, ya es tarde para mí”, “¡dónde voy,
con esos gustos, a mis años!”, son frases que nos decimos a nosotros y nosotras
mismas, cuando hace apenas un lustro nos sentíamos capaces y a tiempo de
emprender lo que fuera.
¿Y si fuera al contrario, para algunos de nosotros?, ¿y si
los sueños que no pudimos cumplir en los primeros años de nuestra vida,
pudieran realizarse en la segunda fase de ésta?...o en la tercera.
Ninguno de nosotros puede compararse con sus padres o sus
abuelos, a la misma edad. Todos, incluso los que menos se han cuidado, llegamos
a la mitad de nuestras vidas infinitamente mejor de lo que ellos estaban y se
sentían. Lo único que hay que admitir son las canas (quien las tenga) que la mayoría
cubre con efectivos tintes, un poco más de flacidez en la piel, que llevamos un
bagaje emocional y mental que adecuar y del que aprender y…, poco más, ese es
el cambio, salvo los posibles achaquillos que el descuido o los abusos hayan
podido dejarnos de herencia de esos maravillosos y locos años que llamábamos
juventud ¿Y qué?, ¿acaso la vida se acaba por eso?
Solo un ejemplo vivo
Louise L. Hay, nacida en 1926, fundó su primera editorial a
los sesenta años, después de llevar una vida tormentosa y llena de abusos y malos
tratos. El éxito de esa pequeña editorial y sus libros, la han encumbrado como
una de las figuras mediáticas de la espiritualidad y la temática del crecimiento personal, y ha
convertido a su editorial, House Hay, en una de las más importantes del sector.
Tras superar, hace unas décadas, un grave cáncer diagnosticado como terminal, todavía
viaja por todo el mundo desde Estados Unidos varias veces al año, da clases y
conferencias, practica el baile, hace yoga, pinta cuadros, y sigue escribiendo,
a sus ochenta y seis años.
Louise escribió un libro que dedicó a las mujeres de todas
las edades, con la nada despreciable misión de intentar “empoderarlas”,
hacerles conscientes de su propio poder de decisión y capacidad individual. En “El mundo te está esperando”, existe un
capítulo que habla de la vejez y en el que dice:
“Cuando observo
nuestra actual generación de mujeres mayores veo mucho miedo, mala salud,
pobreza, soledad y un sentimiento de resignación ante la «decadencia». Sé que
esto no tiene por qué ser así. Se nos ha programado para envejecer de esta manera
y lo hemos aceptado. En cuanto sociedad, con pocas excepciones, hemos llegado a
creer que todos envejecemos, enfermamos, nos volvemos seniles y frágiles y al
final nos morimos, por ese orden. Pero esto ya no tiene por qué ser así para nosotras.
Sí, llegará el momento en que muramos, pero las fases de la enfermedad y la
senilidad son una opción que no tenemos por qué experimentar.
Ya es hora de que
dejemos de aceptar estos miedos. De que anulemos las partes negativas del
envejecimiento. Creo que la segunda mitad de la vida puede ser incluso más
maravillosa que la primera. Si estamos dispuestas a cambiar nuestra manera de pensar
y a aceptar nuevas creencias, podemos hacer de esos años nuestros «años inestimables».
Si queremos envejecer bien hemos de tomar la decisión consciente de hacerlo.
Buscamos algo más que simplemente aumentar nuestra longevidad. Queremos esperar
con ilusión esos años ricos y plenos que nos aguardan. Estos años añadidos a nuestra
vida son una pizarra en blanco; lo importante será lo que escribamos en ella.” L.H.
No hay edad, hay vida
para hacer o no hacer cosas
Sin avanzar hasta edades más complicadas, me pregunto porqué
nos ponemos límites haciendo caso a unos estereotipos cronológicos que nos han
inculcado y que quedan demostradamente obsoletos. Consideramos que un señor o
señora de mediana edad puede ser mejor presidente de nuestros gobiernos que un
joven de veinte años. Y, sin embargo, no creemos que una persona de cuarenta y
tantos o cincuenta años pueda empezar de cero y llegar al éxito profesional,
financiero o personal, antes de entrar en la ancianidad. Y, ¿sabéis qué?, hay
más casos reales exitosos de lo segundo que de lo primero…Y, si no me creéis,
mirad los fracasos de nuestros maduros gobernantes y veréis que no es tan
difícil.
Ya está bien de
considerar “nuestra época” solo los años mitificados de juventud. Se tenga la
edad que se tenga, siempre es “nuestra época” mientras estamos vivos, sanos y
dispuestos a aprender, cambiar, asumir y mejorar nuestra vida.
Que placer de leerte,dices tantas verdades que experimentos y no soy capaz de digerir pero que tu me aclaras con tus sabias palabras, gracias amiga
ResponderEliminarGracias a tí, amigo, por leerme y por darme tu opinión. Celebro que estemos de acuerdo. Un abrazo y ¡buena vida!
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