lunes, 9 de julio de 2012

Eso que falta, eso que sobra, o cómo dejar de preocuparse


Un proverbio oriental dice que: “Cada momento de la vida es perfecto, porque cada momento te da lo que necesitas”. Otra cosa es saber darse cuenta de que tienes lo que necesitas para ese instante concreto. 

 
Tengo la sensación (y la teoría personal) de que en nuestra sociedad actual, es muy difícil conocer a alguien que se sienta completamente feliz en todo momento, o que no base su felicidad en una dependencia afectiva, económica o de futuro. No sé si muchos estarán de acuerdo, pero me suena a obviedad.
Pero es que me parece observar, cada vez más, que si esas bases que la persona cree vitales para su bienestar emocional se tambalean, inmediatamente se siente desgraciada. No es ya la intranquilidad propia de los problemas que acechan, sino una sensación de profunda desdicha.

¿No nos pasa algo así a cada uno de nosotros, continuamente? ¿No pensamos que nuestra vida no está completa o no es mejor “porque falta aquello”, o porque “pasó aquello otro”?
  
 Un caso o el otro, es culpabilizar de la situación actual a algo que ya pasó o a algo que debe pasar en el futuro.  

Pero, ¿y hoy, ahora?, ¿se convierte el ahora en solo un tránsito, insustancial y pesado, desde ese pretérito o hacia el futuro? ¿No se puede hacer nada, ahora, para que ese pasado deje de torturar o ese futuro sea más brillante y mejor?

Soltando lastre del pasado

Imaginemos que la vida de cada cual es como un puente - el famoso puente; cada cual se lo imagine como quiera, que no soy muy original, ya lo sé- que hay que cruzar, por el que hay que avanzar ineludiblemente. Al principio, no hay apenas obstáculos que sortear, vamos con todo el equipaje que necesitamos, sonreímos felices y confiados. Pero, luego, habrá cosas que perderemos por el camino, que se nos caerán al vacio sin quererlo. Habrá personas que encontraremos, con las que nos sentiremos muy unidos y que, por diversas causas, no acabarán llevando nuestro mismo rumbo…, y el puente sigue para nosotros. Ese suelo sobre un precipicio desconocido por el que caminamos, y que creíamos tan firme, puede tambalearse y, si miramos hacia atrás, vemos que le faltan ciertas partes…Y, no importa que no tenga retorno, que no podamos ni tengamos que volver hacia atrás: esas partes del puente roto nos dolerán como si las necesitásemos para avanzar.

¿Qué hay de lógico en todo eso? Por supuesto, es natural que nos entristezca la pérdida de afectos y posesiones que estimábamos, y que el daño que sufrimos en el pasado nos deje un mal recuerdo; lo que no es racional es que ese sentimiento de pérdida o frustración se cargue en la mochila. Podemos seguir avanzando apenados, repitiendo la película mental de cómo podríamos haber evitado tal cosa, o cómo podríamos haber actuado en tal otra; o sobre lo mal que nos trataron, insistiendo en recordar e imaginar, inútilmente, porque no existe ya el retorno, ni la forma de cambiar lo ocurrido. O podemos mirar lo que nos queda en las existencias, quién nos acompaña aún, y pensar que  queremos disfrutar de eso que aún está ahí, y que el camino sigue y no tiene porqué ser desastroso.

Soltar el lastre del pasado no es olvidar a lo que amamos en el pasado; no es dejar de aprovechar lo que esas experiencias nos enseñaron de positivo y de la hermosura de los buenos momentos. Es no permitir que solo nos marque lo malo que sucedió o las obligadas despedidas. Es extraer lo bueno que se nos mostró en esas experiencias, soltando el dolor de las partes desagradables…, esas baldosas o tablas del suelo que no podemos reponer pero tampoco necesitamos.

Hacia el incierto futuro

Cuantas veces la felicidad o la tranquilidad parecen depender de que se concreten ciertos aspectos de nuestra vida. Decimos: “cuando este asunto se arreglé respiraré feliz”, o “cuando consiga esto podré relajarme”, o “cuando termine tal proyecto podré ser feliz”. Esas metas quedan en el futuro, pero es ahora cuando debemos trabajarlas. Si nos fijamos solo en el desenlace, nos pasamos la vida esperando para ser felices. Y, además, es casi seguro que, en cuanto se consiga eso que nos angustia, otro reto surgirá para volver a angustiarnos y hacernos esperar un desenlace por venir.

Basar la propia felicidad en lo que aún debe llegar, el futuro, es quitarle importancia al presente, que es lo único que de verdad estamos viviendo.

El presente debe servir para hacer lo posible por mejorar el futuro, pero disfrutando también de todos los aspectos de la vida que tengamos al alcance ahora. Ocuparse es dar los pasos necesarios para la solución posible; y es mejor que preocuparse que, como su nombre indica, es adelantarse al desenlace, suponiendo lo que puede pasar.

 Centrarse solo en eso que creemos que nos hace falta para sentirnos felices, esperando a ese instante para sonreír aliviados, para propiciar buenos momentos con amigos y familia, o para darnos cuenta de las otras cosas maravillosas que nos rodean, es ponerle límites muy estrechos a la vida. Y sufrir innecesariamente mientras se intenta llegar al sueño ideal.

Dicen los expertos viajeros que, para que un viaje resulte provechoso y ameno, debe hacerse con épocas de reposo para poder reflexionar sobre lo que se va viendo, aprendiendo y viviendo en el trayecto. Por eso todo viaje largo cuenta con etapas, en las que no solo se trata de cambiar de ubicación constantemente, sino que deben incluir temporadas de descanso, en las que el viajero se detenga, repose y medite sobre lo recorrido y por recorrer, con calma y objetividad. Y se hace así para no dejarse llevar del cansancio y el desaliento, ni de la presión del constante viaje.

Lo mismo necesitamos en el viaje de la vida. Momentos en que nos detengamos, miremos lo que tenemos, lo que hemos aprendido y lo que podemos hacer para alcanzar la meta de forma más sencilla o empleando mejor las energías. Y esos momentos son tan útiles como los que pasamos avanzando, conociendo cosas nuevas, nuevas personas o paisajes insospechados.

 De cualquier modo, todos sabemos qué ocurre al final de ese puente imaginario. Por eso, lo importante en realidad es cómo hacemos ese camino, para aprovecharlo al máximo con total bienestar.

2 comentarios:

  1. Interesante reflexión.

    Todos tenemos un pasado sobre nuestras espaldas, algunos más agradables que los de otros. Es lo que nos ha hecho madurar, lo que nos ha hecho convertirnos en las personas que somos. De él podemos aprender de los errores que vivimos, para que no vuelvan a suceder, y alegrarnos de los momentos de felicidad que tuvimos. Pero desde luego lo que no tiene sentido es que nuestro pasado se convierta en un lastre que nos impida seguir en paz nuestro camino. Dicen que añorar el pasado es correr tras el viento.

    A veces descuidamos el presente dejando cosas para ese futuro que nos aguarda a la vuelta de la esquina. Esto también es una equivocación. Yo he tenido la desgracia de poder comprobarlo este año, cuando he perdido a una amiga con quien había hecho planes que nunca se harán realidad.

    Disfrutemos del momento, gocemos de camino que estamos recorriendo en la actualidad, y por qué no, pensemos con ilusión en el futuro, pero sobre todo hay que ser felices ahora, porque este momento es lo que realmente tenemos asegurado.

    Que tu camino sea largo y te llene de felicidad.

    Un abrazo.

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  2. Eso es, si lo conseguimos. Gracias por todo, Gloria-Mamen.

    Y te deseo lo mismo. Un abrazo y dos besazos,amiga.

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