Un proverbio oriental
dice que: “Cada momento de la vida es perfecto, porque cada momento te da lo
que necesitas”. Otra cosa es saber darse cuenta de que tienes lo que necesitas
para ese instante concreto.
Tengo la sensación (y la
teoría personal) de que en nuestra sociedad actual, es muy difícil conocer a
alguien que se sienta completamente feliz en todo momento, o que no base su
felicidad en una dependencia afectiva, económica o de futuro. No sé si muchos estarán
de acuerdo, pero me suena a obviedad.
Pero es que me parece
observar, cada vez más, que si esas bases que la persona cree vitales para su
bienestar emocional se tambalean, inmediatamente se siente desgraciada. No es
ya la intranquilidad propia de los problemas que acechan, sino una sensación de
profunda desdicha.
¿No nos pasa algo así a
cada uno de nosotros, continuamente? ¿No pensamos que nuestra vida no está
completa o no es mejor “porque falta aquello”, o porque “pasó aquello otro”?
Un caso
o el otro, es culpabilizar de la situación actual a algo que ya pasó o a algo
que debe pasar en el futuro.
Pero, ¿y hoy, ahora?, ¿se
convierte el ahora en solo un tránsito, insustancial y pesado, desde ese pretérito
o hacia el futuro? ¿No se puede hacer nada, ahora, para que ese pasado deje de
torturar o ese futuro sea más brillante y mejor?
Soltando lastre del pasado
Imaginemos que la vida de
cada cual es como un puente - el famoso puente; cada cual se lo imagine como quiera, que no soy muy original, ya lo sé- que hay que cruzar, por el que hay que avanzar
ineludiblemente. Al principio, no hay apenas obstáculos que sortear, vamos con
todo el equipaje que necesitamos, sonreímos felices y confiados. Pero, luego,
habrá cosas que perderemos por el camino, que se nos caerán al vacio sin
quererlo. Habrá personas que encontraremos, con las que nos sentiremos muy
unidos y que, por diversas causas, no acabarán llevando nuestro mismo rumbo…, y
el puente sigue para nosotros. Ese suelo sobre un precipicio desconocido por el
que caminamos, y que creíamos tan firme, puede tambalearse y, si miramos hacia
atrás, vemos que le faltan ciertas partes…Y, no importa que no tenga retorno,
que no podamos ni tengamos que volver hacia atrás: esas partes del puente roto
nos dolerán como si las necesitásemos para avanzar.
¿Qué hay de lógico en
todo eso? Por supuesto, es natural que nos entristezca la pérdida de afectos y
posesiones que estimábamos, y que el daño que sufrimos en el pasado nos deje un
mal recuerdo; lo que no es racional es que ese sentimiento de pérdida o
frustración se cargue en la mochila. Podemos seguir avanzando apenados,
repitiendo la película mental de cómo podríamos haber evitado tal cosa, o cómo
podríamos haber actuado en tal otra; o sobre lo mal que nos trataron, insistiendo
en recordar e imaginar, inútilmente, porque no existe ya el retorno, ni la
forma de cambiar lo ocurrido. O podemos mirar lo que nos queda en las
existencias, quién nos acompaña aún, y pensar que queremos disfrutar de eso que aún está ahí, y
que el camino sigue y no tiene porqué ser desastroso.
Soltar el lastre del
pasado no es olvidar a lo que amamos en el pasado; no es dejar de aprovechar lo
que esas experiencias nos enseñaron de positivo y de la hermosura de los buenos
momentos. Es no permitir que solo nos marque lo malo que sucedió o las obligadas
despedidas. Es extraer lo bueno que se nos mostró en esas experiencias,
soltando el dolor de las partes desagradables…, esas baldosas o tablas del
suelo que no podemos reponer pero tampoco necesitamos.
Hacia el incierto futuro
Cuantas veces la felicidad
o la tranquilidad parecen depender de que se concreten ciertos aspectos de
nuestra vida. Decimos: “cuando este asunto se arreglé respiraré feliz”, o
“cuando consiga esto podré relajarme”, o “cuando termine tal proyecto podré ser
feliz”. Esas metas quedan en el futuro, pero es ahora cuando debemos
trabajarlas. Si nos fijamos solo en el desenlace, nos pasamos la vida esperando
para ser felices. Y, además, es casi seguro que, en cuanto se consiga eso que
nos angustia, otro reto surgirá para volver a angustiarnos y hacernos esperar
un desenlace por venir.
Basar la propia felicidad
en lo que aún debe llegar, el futuro, es quitarle importancia al presente, que
es lo único que de verdad estamos viviendo.
El presente debe servir
para hacer lo posible por mejorar el futuro, pero disfrutando también de todos
los aspectos de la vida que tengamos al alcance ahora. Ocuparse es dar los
pasos necesarios para la solución posible; y es mejor que preocuparse que, como
su nombre indica, es adelantarse al desenlace, suponiendo lo que puede pasar.
Centrarse solo en eso que creemos que nos hace
falta para sentirnos felices, esperando a ese instante para sonreír aliviados, para propiciar buenos momentos con
amigos y familia, o para darnos cuenta de las otras cosas maravillosas que nos rodean, es ponerle límites muy estrechos a la vida. Y sufrir
innecesariamente mientras se intenta llegar al sueño ideal.
Dicen los expertos
viajeros que, para que un viaje resulte provechoso y ameno, debe hacerse con
épocas de reposo para poder reflexionar sobre lo que se va viendo, aprendiendo
y viviendo en el trayecto. Por eso todo viaje largo cuenta con etapas, en las
que no solo se trata de cambiar de ubicación constantemente, sino que deben incluir
temporadas de descanso, en las que el viajero se detenga, repose y medite sobre
lo recorrido y por recorrer, con calma y objetividad. Y se hace así para no
dejarse llevar del cansancio y el desaliento, ni de la presión del constante
viaje.
Lo mismo necesitamos en
el viaje de la vida. Momentos en que nos detengamos, miremos lo que tenemos, lo
que hemos aprendido y lo que podemos hacer para alcanzar la meta de forma más
sencilla o empleando mejor las energías. Y esos momentos son tan útiles como
los que pasamos avanzando, conociendo cosas nuevas, nuevas personas o paisajes
insospechados.
De cualquier modo, todos
sabemos qué ocurre al final de ese puente imaginario. Por eso, lo importante en
realidad es cómo hacemos ese camino, para aprovecharlo al máximo con total
bienestar.
Interesante reflexión.
ResponderEliminarTodos tenemos un pasado sobre nuestras espaldas, algunos más agradables que los de otros. Es lo que nos ha hecho madurar, lo que nos ha hecho convertirnos en las personas que somos. De él podemos aprender de los errores que vivimos, para que no vuelvan a suceder, y alegrarnos de los momentos de felicidad que tuvimos. Pero desde luego lo que no tiene sentido es que nuestro pasado se convierta en un lastre que nos impida seguir en paz nuestro camino. Dicen que añorar el pasado es correr tras el viento.
A veces descuidamos el presente dejando cosas para ese futuro que nos aguarda a la vuelta de la esquina. Esto también es una equivocación. Yo he tenido la desgracia de poder comprobarlo este año, cuando he perdido a una amiga con quien había hecho planes que nunca se harán realidad.
Disfrutemos del momento, gocemos de camino que estamos recorriendo en la actualidad, y por qué no, pensemos con ilusión en el futuro, pero sobre todo hay que ser felices ahora, porque este momento es lo que realmente tenemos asegurado.
Que tu camino sea largo y te llene de felicidad.
Un abrazo.
Eso es, si lo conseguimos. Gracias por todo, Gloria-Mamen.
ResponderEliminarY te deseo lo mismo. Un abrazo y dos besazos,amiga.