sábado, 7 de marzo de 2015

No la llames guapa, ella es algo mejor





Hubo un tiempo en el que la frase de halago de moda de un hombre hacia una mujer era aquello de “nena, tú vales mucho”.  Claro que, invariablemente, lo decían mirando el escote de la susodicha, o sus piernas, o todo el conjunto, mientras componían un mohín apreciativo que les fruncía los labios y les hacía susurrar las palabras, como si  el “valor” del que hablaban se lo estuvieran imaginando; en sus camas, concretamente.  Si alguna cándida creyó que su halagador lo decía por sus facultades cognitivas o profesionales, fijarse en  la mirada que acompañaba a la frase le hubiera dejado las cosas bastante más claras…, si no es que de cándida pasaba a ser otra cosa.

Eso me lleva a esta época sin tapujos tan caballerosos, en la que nadie se extraña de que a alguien le llamen gilipollas por una discrepancia de opinión, pero en la que también se puede poner de manifiesto la lujuria que provoca una señora o señorita, en forma de ideal apreciación a su belleza.



Un hombre no debería decirle a una mujer con la que no tiene mucha confianza que le parece guapa, como se guarda de decirle a ninguna mujer que le parece fea. Decirle guapa a una desconocida o a una simple amistad debería estar considerado de mala educación, de total impertinencia. Y ¿por qué?; por varios motivos:
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  • Primero, porque nadie le ha pedido su opinión sobre el físico de esa persona.

  • Segundo, porque eso de la belleza física es algo muy subjetivo y en nada meritorio del poseedor o poseedora. O en todo caso, debería elogiarse lo bien que se arregla una, o lo bien que elige la ropa que viste,  o a la obra del cirujano plástico de turno,  o al estilazo de la bella maquillándose. O, si nos ponemos puristas,  a la madre que la parió, que tuvo buen tino con los genes…, pero eso tampoco es tan así, ¿verdad?
  • Tercero, porque lo que sí es reconocer un mérito ajeno es elogiar la inteligencia, la valía profesional o de otra índole de esa mujer, sus conocimientos, su sentido de la amistad, su bondad, o cualquier habilidad que tenga, sin que eso implique connotaciones sexuales… Pero decir “eres guapa” significa sin error “me gustas”, es decir, una invitación solapada al flirteo (como poco), dando por supuesto que él, desde luego, tiene las características para gustar de antemano a la mujer en cuestión. Y no, señores, no nos gustan ipso facto, ni nos enamoran, ni les consideramos para un posible “revolcón” en cuanto sabemos que les parecemos guapas, monas o “cuerpazos”.  Al menos, no todas; sobre todo las que hemos aprendido a pensar por nosotras mismas, digan lo que digan los estereotipos de conducta. Eso sí: nos pueden caer muy bien, como personas, si vemos que nos valoran como ídem (personas).

  • Cuarto, y no menos importante, porque parece que esa clase de piropos son el sumun de lo que una mujer pueda esperar para sentirse elogiada y, de paso, escogida, integrada en el grupo de las aceptadas por un macho…, perdón, un hombre.

  • Quinto, porque potencian la imagen de la mujer-florero, a disposición (siquiera visual) del hombre (cualquier hombre a quien pueda gustar) para que él le dé su aprobación por su atractivo físico. Y eso no solo es bien tolerado socialmente, sino que exalta los estereotipos ejemplares, para que el resto de mujeres tomen nota y luchen por convertirse en “guapas” o, lo que es lo mismo, apetecibles para un hombre.

  Mírenlo así: cualquiera puede decir que es bonito o feo en su opinión un objeto, pero no hay derecho a catalogar a las personas por bonitas o feas, y menos en su presencia; ¿les parece lógico?

 Esa “cosificación” de la mujer, tan aceptada, tan extendida y tan normalizada, resulta molesta porque,  en muchas ocasiones, cuando apenas te acaban de presentar o estás charlando con algún conocido, lo que sale para halagar es el “tú eres muy guapa”, o “que ojos más bonitos”, “estás muy bien”….¿”estás muy bien”?, ¿qué clase de piropo es ese?, ¿que estás muy bien para qué?; una ya sabe valorar cómo está, gracias, tanto si se refiere al aspecto físico como a la salud en general….¡Que a lo mejor te sientes hecha unos zorros, y ahí estás, aguantando el tirón!; pero eso es otro asunto.


Vale que todas tenemos que ser condescendientes con lo que la mayoría de hombres entienden por ser caballerosos, atentos o amables. En realidad, no habría porqué, porque tampoco necesitamos de la aprobación expresa de nuestro interlocutor para sentirnos en nuestro derecho a hablar o a ser admitidas como interlocutoras aceptables. Pero, la mayoría, insisto, aplican el “oye, eres muy guapa” para hacerte saber de entrada que le caes bien. Con eso has cumplido EL requisito: puedes ser chillona, callada, hortera o tonta del bote…, le gustas físicamente, y ya vale.

No me imagino a un hombre (ni siquiera un gay) diciéndole a otro en público “eres muy guapo”, ¿ustedes sí?  Pero si se lo dice a una mujer, aún estando con más personas, nadie se extraña, aunque todos sacan conclusiones evidentes. Y la interfecta tiene que sonreír y dar las gracias, ¡además!

Fíjense que, la barrera para que un hombre no diga algo así a una mujer atractiva, será casi siempre que:
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  • Está presente la pareja de ella (pero incluso puede hacerse fingiendo elogiarle a él, novio o marido, por su buen gusto).

  • O está presente la pareja del “piropeador” (y a veces ni eso les frena, haciéndose los cordiales campechanos).

Cómo sienta que un tío te eche los tejos frente a tu pareja, o que tu pareja se los eche a otra mujer, es mejor no contarlo; ni vivirlo. Sobre todo porque, además de conflictivo, es innecesario.

No se sientan ofendidos, señores. No son ganas de reprocharles nada; son ganas de informarles.  Y de que sus elogios sean a la valía personal y evidente de una mujer, si la tiene y desean hacerlo, les parezca digna de ser su compañera sentimental o sexual o no…Lo mismo, ni más ni menos, que cuando elogian a otro hombre porque sinceramente les parece que sabe mucho de algo o es muy sagaz o muy hábil, aunque sea calvo, de cierta edad o más bien feíllo. Lo mismo, créanme. Todos y todas quedamos agradecidos y halagados.


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