miércoles, 25 de marzo de 2015

Ego, yo te absuelvo (Carta a mi ego)

Le presto esta carta a quien también quiera decirle esto a su propio ego ¿Gustáis?




Hola, Ego.

Ya sé que crees que eres yo; más que eso, crees que eres “toda yo”; y a ratos casi tienes razón. Pero eso de la razón es también subjetivo, y resulta que no eres yo aunque formes parte de mí.

Crecimos al mismo tiempo, nos condicionaron al unísono. A ti para que creyeras determinadas cosas, para que te estereotiparas según un rol, para que dirigieras mi vida. A mí para que me acallara y te dejara hacer.

Ha tenido que pasar mucho tiempo para que me redescubriera. Para que aceptara esta dualidad que tenemos todos y que nos hace vivir creyendo que, vosotros, nuestros respectivos egos condicionados, exacerbados y disfuncionales,  sois nuestra personalidad, nuestra única realidad que aceptar y que mostrar al mundo. Y no es cierto; solo sois una creación de nuestra mente condicionada por el entorno material y circunstancial que nos toca vivir.

No espero que lo entiendas, tú vives tu realidad hecha de entorno exterior y materialismo. Yo, mi “yo” real, quedo por debajo, preguntándome qué es esta vida, para qué estoy aquí, de qué sirve la capacidad de pensar y sentir, si luego tú y los roles del mundo dirigís mi destino. Pero esas preguntas tienen respuestas tan válidas, contundentes y sólidas como tu existencia…Y más tranquilizadoras, creativas y reconfortantes para mí; por eso tengo que hacerles caso, escuchar al alma, espíritu o yo subconsciente – llámalo como quieras- que también está en mi interior y que yace, paciente, esperando que se calme tu furia y tu fuerza para poder realizarse, ver el mundo y la vida de otro modo y ayudarme a vivir en paz y en mí.



Para definirnos, te recordaré cómo eres tú y cómo soy yo, en realidad. Partamos de la base de reconocer que somos dos- a veces pareces más, ¡ay!, hasta dos o tres personalidades distintas murmurando en mi cabeza y, no, nada que ver con la enfermedad de la esquizofrenia o el desequilibrio del  borderline;  tan “normal” como que es norma en la inmensa mayoría de humanos-, como te digo, reconozcamos que somos dos “yo”, interfiriendo el uno al otro en la realidad cotidiana.

Tú eres el que cree ser un personaje más en el mundo, y ni siquiera eres capaz de fijar las características para siempre. Según épocas y cómo las afrontas, me representas ante mi misma con méritos o sin ellos, importante o insignificante. No solo ante mí creas un rol y pones limitaciones, sino respecto a los demás; lo cual es mucho peor: pobre o rica, respetable o rechazable, divertida o amargada, hábil o torpe…Haces tuyas las etiquetas, todas las imaginables, y las utilizas para manipularme, para crear mi guión, para decirme de antemano qué puedo o no puedo hacer, sentir o aspirar a ser y sentir…  Tú eres el dueño de mi ira, de mi tragedia, de mi vanidad, de mi falso orgullo, de mi tristeza. Tú disfrazas la alegría de apariencia, la apariencia de dignidad, la dignidad de convencionalismo.



No eres malo, Ego, solo estás equivocado: crees ser yo, crees guiarme, crees estar limitado por este cuerpo y concentrado en esta mente. Y no, no es así, y necesito hacerte ver tu propio engaño. Luchas por tu supervivencia haciéndome creer que luchas por la mía, por eso te encanta el tiempo del reloj. “Ya no es tiempo de hacer tal cosa”, “ya se ha pasado la ocasión”, “ya es muy tarde para tal o cual”… Y se te olvida que utilizas la única palabra que tiene sentido y es real: “Ya”.

Ese “ya” que significa “ahora, ¿si no, cuándo?”, ese “ya” que da validez a todo, teniendo voluntad y deseos de vivirlo. “Ahora”, el presente que tanto temes, que tanto eludes, porque es lo único real de que dispongo, lo único que puedo vivir en cada instante. Pero tú te empeñas en echar atrás o adelante la historia de mí misma en mi cabeza, como si así, reviviendo constantemente el pasado o imaginando mis posibles futuros, pudiera olvidarme de mi  “ahora”. Y tienes razón, lo olvido…, por tu causa.

Tu problema, y el mío mientras dejo que me manipules sin siquiera darme cuenta,  es que no eres real. Eres un reflejo; eres un compendio de lo que me enseñaron, interpreté y creo que debo aplicar en mi vida. Eres una mezcla absurda de creencias, ciertas o equivocadas. Eres un archivo de pensamientos desfasados e irreales. Eres mi miedo trasformado en convicción.



Por eso voy a intentar definir la otra parte más difícil de ver de mí misma, para que te des cuenta del porqué, en lo que pueda,  tengo que controlarte yo y no dejar que me controles más tú.

Mi yo es inmenso, inacabable, como inacabables son las posibilidades en la vida. Mi yo es la vida, sin esquemas, con aceptación de lo que tú tildarías de bueno y malo. Mi yo es creativo, compasivo, solidario, libre. Mi yo sabe que no está solo, que no hay fin ni principio, que el juego es andar, aprender, elegir. Mi yo sabe que mi cuerpo es la herramienta, y lo respeta y lo cuida por ello. Mi yo sabe que yo no soy solo un cuerpo.

Descubro eso en el silencio -bendito y mágico silencio- cuando logro acallar tu insistente voz y alejarme del fragor del mundo. Descubro a mi yo, en lo más profundo de mi ser, esperando a que no seas tú el fuerte, el que lleva las riendas, y poder crear, expresar, amar. Sin juicios, para no tener que perdonar ni condenar nada ni a nadie. Sin mareas de pensamientos que distorsionan la realidad que se me presenta. Sin dramas añadidos a la tragicomedia de la vida. Solo fluyendo, imparable, como el agua  unida al caudal de un rio.

En ese “yo” no hay miedo, ni inseguridad, ni engreimiento. En ese “yo” hasta el dolor es parte de la vida, parte de la experiencia, parte del aprendizaje, parte de la elección a tomar. En ese “yo”, que no eres tú, los demás y sus egos toman sus propias dimensiones, que son iguales a las mías: en la medida que nos domine el propio ego, todos elegimos vivir en un caos propio o en una paz común.

Por todo eso, Ego, yo te absuelvo…Y perdona que juegue con la frase en latín cuyo significado también te has apropiado: “Ego te absolvo a peccatis tuis” (Yo te absuelvo de tus pecados)…Solo yo, mi yo “real”, puedo absolverte, absolverme, de mis (nuestros) errores ¿Por qué pensar que otro ego puede tener ese poder? 

A la luz de la paz y la alegría que hay en mí, porque estoy viva, porque quiero vivir esa experiencia, no solo te absuelvo, sino que no tengo nada que perdonarte. Déjame vivir y deja de temblar.


jueves, 19 de marzo de 2015

El mundo del miedo






Me pasé todo el tiempo mientras leía la obra de Aldous Huxley “Un mundo feliz” pensando en dónde narices estaba el “mundo feliz” y quién, en el contexto de la narración, podía considerar que la felicidad era esa forma de vida. Para entenderlo un poco, tiene una que salir de sus propias concepciones y ponerse en la piel de un ser manipulado desde la infancia, supeditado a cánones establecidos y domesticado por métodos biológicos, químicos y conductuales. Si te dicen que la felicidad es “cumplir con tu obligación”, crees que eres afortunado por cumplirla. Si te dicen que la alegría se consigue con una pastillita, un determinado ambiente o una buena dosis de alcohol, la buscas ahí…Todo depende de lo que el entorno te enseñe, te modele y te exprima el cerebro. Y lo demás te parecerán pamplinas, falsedades o sueños de ilusos.



Dicen algunos pensadores que, en este siglo, el caos en todos los órdenes sociales –del que empezamos a ver los síntomas: crisis económicas, políticas, ideológicas y éticas, enormes brechas entre clases sociales, injusticias toleradas o impuestas, etc.- será tal que la humanidad, a nivel individual y colectivo, se determinará en mayoría por una de estas opciones:
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  • O el orden mundial se volverá aún más individualista, materialista, totalitario y déspota (a qué nos recuerda eso)

  •  O la mayoría de personas romperán con los estereotipos conocidos y comenzará otro sistema de conformar la sociedad, más integrado en el humanismo, en la búsqueda del equilibrio natural y el bienestar común.

Aunque la lógica de la experiencia nos diga que la más probable parece la primera opción, en el fondo de cada uno de nosotros late el deseo de que ocurriera lo segundo… ¿o no?
¿Quién no preferiría un mundo bienintencionado, sencillo, donde exista más equidad, justicia y ganas de vivir en paz con uno mismo y hacer el bien al prójimo, antes que hacer realidad los futuros hipotéticos de Aldous Huxley?

¿Quién nos impide esos cambios, y pensar que son posibles? Si reconocemos la verdad más íntima del ser humano, de todos y cada uno de nosotros, la respuesta es sencilla: el gran y omnipresente enemigo es el miedo.

Miedo al error, miedo a que cambiar sea peor que el mal conocido, miedo a la supuesta represalia o represión del poderoso, miedo a nuestra vulnerabilidad, miedo   a todo, miedo al miedo.



El propio Huxley decía: “El miedo no solo expulsa al amor; también a la inteligencia, la bondad, todo pensamiento de belleza y verdad, y sólo queda la desesperación muda; y al final, el miedo llega a expulsar del hombre la humanidad misma.”

No hay nadie más a la defensiva y, al mismo tiempo, más incapaz de defenderse que una persona con miedo.


Por eso, para que el entorno, la sociedad, el resto del mundo cambie su actitud, es tan importante empezar a asumir el propio miedo, de manera personal, individual, íntima y sinceramente. 

Pero a los primeros a quienes intentamos engañar es a nosotros mismos. Nos negamos a reconocer que tenemos miedo, a lo que sea, en mayor o menor medida, creyendo que reconocer nos debilita o nos deshonra, cuando es al contrario. Y creemos que, una vez reconozcamos que tememos, no habrá defensa contra ese miedo; esa negación es precisamente lo que el miedo necesita para hacerse fuerte, para quedarse en nosotros, para dominar nuestra vida.



Esclavos del miedo

Para darnos cuenta de cómo el miedo se convierte para quienes nos gobiernan (sea el jefe o sea el gobierno de turno) en un arma de manipulación para guiar nuestras voluntades, solo hace falta repasar las estrategias que utilizan y que detallaba en mi artículo “Asustar, silenciar, dominar: la estrategia del control social”.

Para superar cualquier tipo de miedo personal, también he intentado dar algunas claves, como en esta otra entrada , titulada “Ojo con el miedo y lanegatividad”.

Os las recuerdo y os las recomiendo, por si pueden ayudar a que, poco a poco, nos liberemos todos del miedo. Creo que a todos nos valdría el esfuerzo.

sábado, 7 de marzo de 2015

No la llames guapa, ella es algo mejor





Hubo un tiempo en el que la frase de halago de moda de un hombre hacia una mujer era aquello de “nena, tú vales mucho”.  Claro que, invariablemente, lo decían mirando el escote de la susodicha, o sus piernas, o todo el conjunto, mientras componían un mohín apreciativo que les fruncía los labios y les hacía susurrar las palabras, como si  el “valor” del que hablaban se lo estuvieran imaginando; en sus camas, concretamente.  Si alguna cándida creyó que su halagador lo decía por sus facultades cognitivas o profesionales, fijarse en  la mirada que acompañaba a la frase le hubiera dejado las cosas bastante más claras…, si no es que de cándida pasaba a ser otra cosa.

Eso me lleva a esta época sin tapujos tan caballerosos, en la que nadie se extraña de que a alguien le llamen gilipollas por una discrepancia de opinión, pero en la que también se puede poner de manifiesto la lujuria que provoca una señora o señorita, en forma de ideal apreciación a su belleza.



Un hombre no debería decirle a una mujer con la que no tiene mucha confianza que le parece guapa, como se guarda de decirle a ninguna mujer que le parece fea. Decirle guapa a una desconocida o a una simple amistad debería estar considerado de mala educación, de total impertinencia. Y ¿por qué?; por varios motivos:
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  • Primero, porque nadie le ha pedido su opinión sobre el físico de esa persona.

  • Segundo, porque eso de la belleza física es algo muy subjetivo y en nada meritorio del poseedor o poseedora. O en todo caso, debería elogiarse lo bien que se arregla una, o lo bien que elige la ropa que viste,  o a la obra del cirujano plástico de turno,  o al estilazo de la bella maquillándose. O, si nos ponemos puristas,  a la madre que la parió, que tuvo buen tino con los genes…, pero eso tampoco es tan así, ¿verdad?
  • Tercero, porque lo que sí es reconocer un mérito ajeno es elogiar la inteligencia, la valía profesional o de otra índole de esa mujer, sus conocimientos, su sentido de la amistad, su bondad, o cualquier habilidad que tenga, sin que eso implique connotaciones sexuales… Pero decir “eres guapa” significa sin error “me gustas”, es decir, una invitación solapada al flirteo (como poco), dando por supuesto que él, desde luego, tiene las características para gustar de antemano a la mujer en cuestión. Y no, señores, no nos gustan ipso facto, ni nos enamoran, ni les consideramos para un posible “revolcón” en cuanto sabemos que les parecemos guapas, monas o “cuerpazos”.  Al menos, no todas; sobre todo las que hemos aprendido a pensar por nosotras mismas, digan lo que digan los estereotipos de conducta. Eso sí: nos pueden caer muy bien, como personas, si vemos que nos valoran como ídem (personas).

  • Cuarto, y no menos importante, porque parece que esa clase de piropos son el sumun de lo que una mujer pueda esperar para sentirse elogiada y, de paso, escogida, integrada en el grupo de las aceptadas por un macho…, perdón, un hombre.

  • Quinto, porque potencian la imagen de la mujer-florero, a disposición (siquiera visual) del hombre (cualquier hombre a quien pueda gustar) para que él le dé su aprobación por su atractivo físico. Y eso no solo es bien tolerado socialmente, sino que exalta los estereotipos ejemplares, para que el resto de mujeres tomen nota y luchen por convertirse en “guapas” o, lo que es lo mismo, apetecibles para un hombre.

  Mírenlo así: cualquiera puede decir que es bonito o feo en su opinión un objeto, pero no hay derecho a catalogar a las personas por bonitas o feas, y menos en su presencia; ¿les parece lógico?

 Esa “cosificación” de la mujer, tan aceptada, tan extendida y tan normalizada, resulta molesta porque,  en muchas ocasiones, cuando apenas te acaban de presentar o estás charlando con algún conocido, lo que sale para halagar es el “tú eres muy guapa”, o “que ojos más bonitos”, “estás muy bien”….¿”estás muy bien”?, ¿qué clase de piropo es ese?, ¿que estás muy bien para qué?; una ya sabe valorar cómo está, gracias, tanto si se refiere al aspecto físico como a la salud en general….¡Que a lo mejor te sientes hecha unos zorros, y ahí estás, aguantando el tirón!; pero eso es otro asunto.


Vale que todas tenemos que ser condescendientes con lo que la mayoría de hombres entienden por ser caballerosos, atentos o amables. En realidad, no habría porqué, porque tampoco necesitamos de la aprobación expresa de nuestro interlocutor para sentirnos en nuestro derecho a hablar o a ser admitidas como interlocutoras aceptables. Pero, la mayoría, insisto, aplican el “oye, eres muy guapa” para hacerte saber de entrada que le caes bien. Con eso has cumplido EL requisito: puedes ser chillona, callada, hortera o tonta del bote…, le gustas físicamente, y ya vale.

No me imagino a un hombre (ni siquiera un gay) diciéndole a otro en público “eres muy guapo”, ¿ustedes sí?  Pero si se lo dice a una mujer, aún estando con más personas, nadie se extraña, aunque todos sacan conclusiones evidentes. Y la interfecta tiene que sonreír y dar las gracias, ¡además!

Fíjense que, la barrera para que un hombre no diga algo así a una mujer atractiva, será casi siempre que:
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  • Está presente la pareja de ella (pero incluso puede hacerse fingiendo elogiarle a él, novio o marido, por su buen gusto).

  • O está presente la pareja del “piropeador” (y a veces ni eso les frena, haciéndose los cordiales campechanos).

Cómo sienta que un tío te eche los tejos frente a tu pareja, o que tu pareja se los eche a otra mujer, es mejor no contarlo; ni vivirlo. Sobre todo porque, además de conflictivo, es innecesario.

No se sientan ofendidos, señores. No son ganas de reprocharles nada; son ganas de informarles.  Y de que sus elogios sean a la valía personal y evidente de una mujer, si la tiene y desean hacerlo, les parezca digna de ser su compañera sentimental o sexual o no…Lo mismo, ni más ni menos, que cuando elogian a otro hombre porque sinceramente les parece que sabe mucho de algo o es muy sagaz o muy hábil, aunque sea calvo, de cierta edad o más bien feíllo. Lo mismo, créanme. Todos y todas quedamos agradecidos y halagados.


domingo, 1 de marzo de 2015

Ser originales o creativos




La creatividad, la originalidad (para muchas personas esas palabras son sinónimas, aunque no tienen porqué serlo) son bienes etéreos que pueden convertirse en materiales, con esfuerzo y constancia…y un poquito de buena fortuna, si la buena suerte existe o se genera. De cualquier modo, ser creativo u original es algo que todo el mundo busca y desea.

Desde jóvenes andamos a la caza de ese proyecto propio, brillante y fuera de lo común con el que sorprender al resto por nuestro ingenio, perspicacia o sabiduría bien aplicada. Los años pasan, mientras deseamos que alguien descubra lo originales que son nuestras ideas, pensamientos o formas de concebir y plasmar el mundo. Algunos, pocos, consiguen que los demás les admiren por sus inventivas o sus talentos. Muchos más, tendremos que conformarnos con nuestros “cinco minutos de gloria” puntuales, y con suerte.

Pero, ¿qué es ser original o ser creativo? ¿Está eso destinado solo a un grupo de afortunados escogidos por el destino? ¿O todas y cada una de las personas tenemos nuestra propia genialidad, nuestra faceta creativa, única y valorable?



Qué es ser creativo

Empecemos por definir qué es la creatividad, aunque la mayoría creamos saberlo o entender lo que se determina generalmente por tal cosa.

Creatividad es todo aquello que nuestra mente discurre y crea para innovar en cualquier campo o actividad humana. Esa sería una definición muy básica, porque la realidad es que existen cientos de definiciones para la creatividad, dependiendo del contexto en el que se la situe.  Los límites para determinar que algo es creativo son confusos, personales y casi siempre subjetivos. Esta ambigüedad se aprecia más fácilmente en el mundo del arte, donde una obra que puede ser apreciada como altamente creativa por unos, puede ser percibida por otros como pretenciosa o irrelevante.

 ¿Qué es lo importante en la creatividad, entonces?
La respuesta a esa pregunta se me antoja tan obvia, ahora, que no puedo concebir que los demás no la sepan como yo:

Lo importante al crear, sea lo que sea, es el disfrute del creador. Todo lo demás, la admiración ajena, la emulación o no de la obra, el éxito o fracaso de lo creado, los beneficios o la falta de ellos que genere, todo, es menos importante que la satisfacción que ha producido ese camino creador. Ese es el mejor premio que un creador pueda recibir y lo que le impulsará a seguir mejorando, creando y animándole a mostrar su obra.

Y, si realmente lo que haces es bueno, está hecho con amor y honestidad, y te has esmerado en aprender y mejorarlo, siempre habrá quien sepa apreciarlo. Lo que es seguro es que el orgullo y disfrute de ese proceso de creación seguirán en ti.



¿Todos somos creativos?

Si nos remitimos a que la creatividad es una condición y habilidad humana, todos absolutamente nacemos con esa capacidad, en un ámbito u otro de la vida. Da igual que sea en una de las consideradas especialidades artísticas o en una tarea concreta; todos somos potencialmente creativos en una o, posiblemente, varias facetas. Eso no significa que debamos ser  los mejores en esa actividad, sino que tenemos un modo personal e intransferible de hacerla bien, de innovarla o de sublimarla aún más.

¿Qué haces bien?

El misterio de ser creativos es que no es tan solo un simple procedimiento mental, intelectual. Hay algo de intuitivo, vocacional o espiritual en ello. Muchas personas tienen claro desde muy pronto en sus vidas lo que se les da bien y les gusta hacer, no solo en el ámbito profesional o laboral, sino aunque sea como simple afición. Pero muchas otras se sienten confusas respecto a lo que de verdad desean o pueden realizar. En el segundo caso, la impaciencia y la inseguridad tienen mucho que ver.

Los comienzos son siempre inmaduros y llenos de dudas y contratiempos. Ningún artista realiza su mejor obra al primer intento; ni nadie nace enseñado, por más que le atraiga una actividad. Los mejores inventos no habrían sido posibles sin pruebas, ensayos y muchas horas de estudio y, desde luego, sin los primeros fracasos. Como dice la famosa frase: “la diferencia entre un triunfador y un fracasado es que el primero no se rindió”…, o algo así.