martes, 27 de enero de 2015

Y a ti, ¿qué te preocupa?




A muchas generaciones nos educaron en la teoría de la preocupación. Desde niños nos enseñaron por legado familiar y, después, social,  que para ser responsables y maduros había que preocuparse por una serie de cuestiones o aspectos de nuestra vida. En casa nos inculcaban que teníamos que “preocuparnos” de recoger nuestros juguetes,  ser amables con las visitas, o hacer nuestras tareas de la escuela. La cuestión no eran esos aprendizajes, sino que ya nuestros padres lo llamaban “preocuparse”. Y crecimos preocupados.


Luego, en la efervescente adolescencia, descubres que tienes que preocuparte de más cosas: las notas del instituto, qué carrera estudiar, cómo contentar a la familia como a uno mismo … Y, desde luego, esas otras preocupaciones que tu mente empieza a crearte con esa edad, y que se convierten en el autentico martillo de tu tranquilidad: cómo encajar en entornos nuevos y desconocidos, cómo cuidar tu aspecto (¡malditas espinillas, entre otras zarandajas que jamás imaginamos!) , qué será  de tu vida, qué hacer de tus sueños…Preocupaciones, problemas, inquietudes.


Un adulto medio puede continuar en esa dinámica de la preocupación constante y creciente por el resto de su vida. Morir ancianos y preocupados es más que posible, es habitual.


 El origen de la preocupación

Por eso me parece liberador darle la vuelta a esa palabra, partiendo de su significado. El vocablo “preocupación” se forma por el prefijo “pre”, que significa anticipación, y la palabra “ocupación”, relativa a algo que realizar. Pre- ocupación es, pues,  anticiparse a lo que puede pasar según nuestra actuación en determinada situación. La idea es que debemos pre-venir, es decir, poner los medios para que suceda lo que deseamos, pre-ocupándonos.  Lo curioso es que no puedes arreglar nada pre-ocupándote, solo ocupándote.




Y, entonces, ¿qué hacer con la preocupación?


Bueno, preocuparnos es algo tan consustancial en los seres humanos que lo hacemos sin darnos cuenta. Nos contamos a nosotros mismos cómo se va a desarrollar una situación y, casi siempre, los augurios que hacemos son los peores que podrían ocurrir. Alivia saber que, sin embargo, esos desenlaces tan funestos son los que menos se cumplen. Al final, las cosas suelen arreglarse mejor de lo que habíamos temido, o incluso no sucede nada malo. Pero “la preocupación” ya se ha encargado de hacernos pasar un mal rato en los días u horas previos a ese resultado.



La preocupación genera miedo, angustia vital, baja la creatividad y la capacidad de reacción espontánea idónea. En otras palabras, estar preocupado no sirve para nada más que agrandar el problema en tu mente y bloquear tus procesos cognitivos.


Hay  que “desaprender” a preocuparse. Tenemos que mirar lo que consideramos problemas como un simple obstáculo que, hagamos lo que hagamos, pasará de largo. Hay que considerar lo que podemos hacer para remediarlo, actuando, y no asustarse prematuramente por lo que podría suceder…, pero que aún no ha sucedido. Complicado, sí, pero no imposible.


Solo reflexionar si pasamos más tiempo preocupándonos que ocupándonos de nuestros asuntos, ya es un paso para aprender a dejar de lado la preocupación. Si no lo consigues a la primera, no te preocupes por eso; sigue intentando no olvidar que tus preocupaciones son solo pensamientos tremendistas que inundan tu mente. Pensamientos, solo eso. 


Despreocuparse de las preocupaciones no significa desatender los compromisos, proyectos o conflictos que necesiten enfrentarse. Pero, tranquilos, de cómo despreocuparse hablaremos en otra ocasión.
Y, ahora, sonríe.

4 comentarios:

  1. Sí, pensamientos tremendistas van con la preocupación. Difícil dejar un hábito tan arraigado y aprendido desde la infancia, y en el entorno social.

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  2. Amiga Colombiana, lo primero para desengancharnos de la preocupación es pensar que es posible hacerlo. Pronto publicaré mis modestas experiencias sobre cómo lograrlo ¡Está atenta a mi próxima entrada!

    Muchas gracias por tu comentario y por leer lo que escribo. Un abrazo.

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  3. QUE SUERTE HABERTE ENCONTRADO la casualidad el destino; quién sabe te seguiré pues me has dado un empujón para salir de esta crisis mental, gracias

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  4. Me alegra que mis palabras te ayuden y te sirvan, Alfonso. Muchas gracias a ti, por tu atención y tu amabilidad. Espero seguir teniéndote como lector, y como amigo si quieres. Hasta pronto, hasta siempre. Un abrazo.

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