sábado, 30 de junio de 2012

Histeria colectiva o el comando de los loros


¿Habéis observado lo que pasa cuando se juntas dos o más loros? Son aves bastante inquietas, pero al estar juntos se contagian todavía más su hiperactividad, que traducen en gritos y graznidos- o lo que quiera que se llame los sonidos estridentes de los loros- y se van poniendo más y más nerviosos, hasta crear verdaderos pandemonios colectivos.

En los últimos tiempos, he terminado por no acudir a las reuniones de la comunidad de vecinos, siempre que puedo. El motivo no es insolidaridad, ni que no me interesen los temas a tratar -casi siempre sobre algo que hay pagar, pero mejor saber qué pagas-, ni que me caigan mal mis convecinos a nivel personal, no. El motivo es que me resisto a acabar contagiada de lo que mi amiga Carmen, psicóloga, llama “el comando de los loros”.

Os explico cómo se genera el “comando de los loros” que, aclaro, puede darse en una reunión de propietarios, una de amigos tomando unas cervecitas o una simple charla entre compañeros, en principio, todas ellas totalmente inofensivas. Yo pongo de ejemplo las caóticas reuniones de mi escalera de vecinos, porque es donde más se me ha presentado en las narices el dichoso “comando”.

La cosa empieza con tranquilidad y cívica educación, y se empiezan a desarrollar los temas de los que hay que ocuparse. Hasta aquí, bien; pero, en algún momento, alguien dirá algo que hará que uno o más de los presentes se envare, como si le hubieran tocado la fibra sensible. Puede ser al hablar de algún gasto comunal, o de lo que el que interviene ha sufrido a consecuencia de una avería, o de los “desmanes” de algún vecino jeta, insolidario y, desde luego, no presente en la reunión, o de cualquier otro minúsculo e inevitable contratiempo, a poder ser, al margen de la “orden del día”. Eso empieza a desencadenar el síndrome “loro”, donde los ojos se abren, cual si salieran de un trance, las cabezas se alzan, atentas y alarmadas, y los cuerpos en aburrido relax se ponen en tensión, listos para intervenir.  Basta un comentario que de pie a que uno o dos de los “loros” sientan que ahí hay tema. Ejemplo práctico:

Se habla de la necesidad imperiosa y no aplazable de reparar la fachada del edificio; una vecina, de repente, recuerda el comentario que le hizo alguien que, a su vez, padeció la restauración de su vivienda; suelta:
-         - Fulanito me dijo que en su comunidad les costó XXX, y cuando empezaron descubrieron que había que arreglar también las tuberías…-

Inmediatamente, “loro dos”, que llevaba rato pensando que aquello iba a traer desastres a la comunidad, aporta:

-Pues, aquí, los bajantes están hechos un asco…También habría que cambiarlos-

El presidente intentará, condenado al fracaso, imponer el buen juicio de tratar el caso que nos ocupa, exclusivamente, y dejar el resto de posibles problemas –que todavía no nos han hundido las viviendas- para otro momento. Pero los “loros” ya han hecho presa en un tema “jugoso”, con polémica, y que, sin duda, atraerá a otros loros.

-Sí, sí, por eso tengo humedades en un rincón del techo del cuarto de baño- intervendrá un tercer  “loro”, que ya forma corrillo con los dos anteriores.

-¡Y yo, y yo!- intervendrá un cuarto “loro” y, con suerte (mala), un quinto. E inmediatamente, los “loros”, crispados, se cruzarán de brazos o los pondrán en jarras, acercándose unos a otros, sin ni siquiera darse cuenta, para formar frente común y defensivo ante quien les discuta o quiera disuadir de no hablar de las manchitas de condensación que se forma en sus techos de la ducha…¡Y ya está formado el “comando loro”! Puede darse por supuesto que, el tema inicial de la reunión- tratar del importante desembolso de una dolorosa cantidad de dinero, para reparar la fachada- se verá relegado, e incrementado, por el hecho urgentísimo de que también hay que cambiar (¡ay, Dios!) los bajantes de agua de la toda la finca….Los “loros”, alterados, así lo vocean, auguran húmedos desastres si no se hace, añaden fatalistas ejemplos de conocidos que los sufrieron, detalles técnicos- dignos de un arquitecto avezado- que demuestran la vital importancia de unas manchas en un rincón del techo…El presidente de la comunidad opta por callarse; los “loros”, a esas alturas, se han hecho dueños de la situación, bracean y gritan sus consignas desastrosas y reparatorias , han conseguido más partidarios resignados a hundir todavía más en la miseria económica a la ya esquilmada comunidad…El resto observa, tenso, mudo y desconcertado…Y, no tardará en aparecer el “loro” capaz de rizar el rizo de los desastres vecinales comunitarios: alguien, con aire de suficiencia y fatalidad, añadirá al panegírico de fatalidades que “a mí, el último albañil que arregló el tejado, me dijo que tenemos los cimientos de la finca muy mal, porque los suelos se inclinan un poco.., ¿no lo habéis notado?”…Eso desatará el pánico más absoluto y disfrutado, con el que los “loros” se pondrán a elucubrar sobre el ingente desembolso que se necesita hacer para dejar el edificio “en condiciones”…Y servidora siente la necesidad de huir, de dejar de escuchar intuidos posibles desastres, de recuperar la cordura y centrarse en los problemas uno a uno y no a montones, reales o no….O de irse de alquiler o a vivir en medio del campo más solitario.

Por eso he dejado de acudir a las reuniones de vecinos, siempre que no se reclama mi presencia perentoriamente…No soporto el tremendismo de los “loros” o, como también lo explica más formalmente mi amiga psicóloga, la histeria colectiva que saca a flote todos los temores sobre algo cotidiano…Nada de lo que se dice es tan grave, nada tiene porqué acabar en desastres y todo puede arreglarse, con serenidad y poco a poco. Pero la histeria colectiva espera agazapada en cada grupo humano, para imponer el miedo, el caos y…”el comando de los loros”.

jueves, 28 de junio de 2012

El atardecer de la vida, según Jung


                                        (Publicado anteriormente en Suite101.net )





Carl Jung (1875-1961), el reconocido psiquiatra, psicólogo y filósofo, investigó y profundizó en la llamada “crisis de la mediana edad”, a la que dedicó un significativo lugar en sus obras. Decía Jung que la mediana edad es “el atardecer de la vida” y que es tan importante como “la mañana”, es decir, la adolescencia y juventud, pero regida por distintas leyes. De ese modo, tanto para Jung como para muchos otros estudiosos de esa etapa de la vida humana, esos son años en que la persona sufre cambios tanto físicos como psicológicos de vital trascendencia.


Jung escribió que, en esa fase, es relevante darse cuenta de esos cambios, admitirlos y asumirlos como un capítulo más de la vida, y no dejarse llevar por los miedos e insatisfacciones recurrentes que surgen durante esos años de cambios físicos y mentales Es un tiempo no solo de cambio, sino de reajuste de la propia imagen y la propia experiencia. Es cuando, el individuo, empieza a preguntarse qué ha hecho con su vida, quién es y hacia dónde va y, desde luego, hacia dónde quiere ir realmente.

Según Jung, la primera mitad de la vida mantiene al ser humano ocupado en formarse y autoafirmarse, dejando de lado esa otra parte inconsciente que él llama “el ánima o el ánimus”, y que relaciona con los arquetipos maternal y paternal;  la segunda mitad de la vida es el momento en que el ánimus y el ánima, esa parte espiritual inconsciente, “en sombra”,  vuelve a resurgir y debería ser reconocida y reintegrada en la personalidad del individuo, para poder renovarse y seguir creciendo.




Para Jung, la pregunta correcta ante la crisis, o cambio, de la mediana edad no sería la de “¿qué ha pasado?”, sino la de “¿qué quiero que pase?”. Es decir, Jung aboga porque, ese periodo de la vida, es cuando cada uno de nosotros intenta integrar sus sueños acallados, su potencial acallado y sin realizar, sus verdaderos deseos para su vida, a ese “yo” que ha ido forjando durante los primeros años. Es la hora de sentirse uno mismo, de reconocerse, desarrollarse y madurar como ser humano completado.

Buena crisis, mala crisis

Carl Jung decía sobre la crisis de la mediana edad: “Desde la mitad de la vida hacia adelante, solo permanece vital aquel que está preparado para morir con vida.”. Eso significa que, en esa etapa de cambio de visión de las cosas, de renovación de la personalidad, los gustos y las actitudes, quien la supera exitoso es quien admite el final de otras etapas pasadas y acoge con serenidad la siguiente.

Por el contrario, hay personas a quien esa crisis de identidad les confunde e inquieta hasta el punto de que desean volver a la juventud, adoptando actitudes y formas de vestir y comportarse meramente juveniles, que les hacen verse desfasados y no hacen más que complicar su transición a la edad madura. Otros, reaccionan en actitud de huída, y rompen con sus costumbres, su hábitat o incluso sus círculos familiares o sociales. De ahí que exista un alto índice de divorcios, repentinos e incomprensibles para los allegados, en hombres de esa franja de edad. Y algunas personas llevan ese darse cuenta de la nueva etapa al ámbito de la desilusión, la desgana y el sentirse fracasados o insignificantes, o demasiado “viejos” para seguir soñando y teniendo nuevos proyectos, lo que conlleva un encerrarse en sí mismo, renegar del mundo y temer la llegada de enfermedades, la senectud o la muerte.

Sobre cómo encarar la llegada de una crisis de la mediana edad, el famoso psicólogo, escritor y conferenciante Wayne Dyer, autor del popular libro de autoayuda Tus zonas erróneas, protagonizó en 2010 una película (que podéis ver íntegra, cliqueando en el enlace), bajo el título de El Cambio (The Shift), en la que da una guía práctica e intimista de cómo hacer frente a esas inquietudes y desencantos que pueden presentarse ante la inminencia de la segunda parte de una vida, no siempre satisfactoria. A través de tres historias centrales, paralelamente a una entrevista con el autor, se muestra las reacciones de unos personajes de diversas circunstancias y entornos sociales, y cómo acaban comprendiendo que la madurez no es una renuncia a los sueños de juventud, ni un declive hacia la vejez, sino un nuevo comienzo desde la coherencia, la retrospección  y la ilusión madurada.

Y es que, como hemos dicho tantas veces, la palabra “crisis” no es de ningún modo símbolo de caos o malestar, sino de “cambio”, “oportunidad” y conocimiento. Volviendo a Carl Jung, podría aplicarse a lo anterior ésta brillante frase: “Aún una vida feliz no es factible sin una medida de oscuridad, y la palabra felicidad perdería su sentido si no estuviera balanceada con la tristeza. Es mucho mejor tomar las cosas como vienen, con paciencia y ecuanimidad.”


miércoles, 27 de junio de 2012

¡Ojo con el miedo y la negatividad!



Este cartél con una cita de Galeano me ha “inspirado” de nuevo la reflexión sobre el miedo. Y es que  una, que predica tanto sobre cómo estar bien (o mejor) con este mundo convulso rodeándonos, también cae a menudo en las garras de ese monstruo tormentoso, el miedo, que parece estar tan de moda sin campañas publicitarias, y es tan utilizado por nuestros avispados políticos y tecnócratas, entre otros.

Sí, lo confieso sin miedo: caigo bastante más de lo que quisiera en el miedo. Miedo a todo o a cualquier cosa,  miedo a que sea cierto lo que dicen o a que no lo sea y esté pasando miedo inútilmente…, miedo al miedo. ¡Lo peor!

Pero, y no es consuelo de tontos, sino constatación real: sé que todos estamos igual; vivimos en la época del miedo, porque aún pensamos que tenemos mucho que perder y nos queda poco que ganar.

Por eso quiero que todos, yo incluida, recordemos lo que sigue a continuación… Y admito discrepancias, que intentaremos debatir.


Mirando al miedo

Queremos vivir felices pero, cuando algo va mal, tendemos a pensar con negatividad. Vencer a esa tendencia es encontrar la salida de los problemas, y evitar más dolor y miedo.

Hemos oído hablar de positivismo, optimismo y negatividad. Las dos primeras palabras sugieren algo deseable y que todos queremos poner en práctica, aunque llegado el momento- cuando los problemas surgen- resulta bastante más difícil de lo que parecía. En cambio, la tercera palabra, negatividad, instala ese concepto en nuestra mente sin que nos demos cuenta, a pesar de lo mucho que nos repele….Pero nos la creemos.

Si algo se tuerce en nuestra vida es habitual  y casi inconsciente que pensemos que todo puede ir peor, que esa circunstancia ha estropeado nuestra existencia para largo tiempo, que no podemos ver soluciones satisfactorias, ¿verdad? Eso es lo que hacen los pensamientos negativos en nuestra mente: convencernos de la inevitable tragedia y la fatalidad. Por lo tanto, hay que aprender a desecharlos, y el primer paso es no darles el poder de creerles y, en cambio, pensar que solo son pensamientos, ni más ni menos. Solo son ideas, no nuestro destino real.

El miedo es un pensamiento, una imaginación desbordada de una situación que no ha pasado.


Superar el drama

Ante una situación difícil o dolorosa, lo ideal sería ser capaces de superar la tendencia, tan humana, de aumentar el sufrimiento instalando el “drama”. Una pérdida, ya sea de un ser querido, un trabajo, o un bien material, ya es suficientemente lacerante como para añadirle más dolor, inconscientemente, pensando en ese momento de confusión mental que “la vida se ha terminado para nosotros”. Eso se consigue evitar, dándose cuenta de que nuestra mente nos impulsa a sentirnos víctimas, y que solo en nuestra voluntad está permitirlo.

En realidad, una desgracia no es más que una circunstancia de la vida, por otro lado inevitable en todas las vidas.  Cierto que representa un trauma, y es natural sentir dolor, tristeza, desamparo, y cualquier otro sentimiento a los que conllevan esas situaciones amargas; pero no debemos dejar que esos momentos marquen nuestra existencia o nos colapsen, por nuestro bien y por el bien de quienes nos rodean. Cuando algo malo sucede, inmediatamente se instala en nuestra mente el miedo a más consecuencias nefasta por esa causa….El primer miedo: no conseguir superar ese trance jamás.

El doctor y conferenciante sobre liderazgo y superación personal, Mario Alonso Puig, dice sobre el pensamiento negativo: “Se ha demostrado en diversos estudios que un minuto entreteniendo un pensamiento negativo deja el sistema inmunitario en una situación delicada durante horas”. Y explica que esto sucede porque: “El distrés, esa sensación de agobio permanente, produce cambios muy sorprendentes en el funcionamiento del cerebro y en la constelación hormonal... Tiene la capacidad de lesionar neuronas de la memoria y del aprendizaje localizadas en el hipocampo. Y afecta a nuestra capacidad intelectual porque deja sin riego sanguíneo aquellas zonas del cerebro más necesarias para tomar decisiones adecuadas.”



Optimismo o positivismo

Como oponentes de la anterior situación negativa pensamos en el optimismo o positivismo. Suelen confundirse estas dos palabras como sinónimos, pero no lo son en realidad. Ser optimista es pensar que todo va a ir bien, dándolo por hecho, lo cual merma en parte las ansias de superación, porque no se creen tan necesarias. El optimista se cruza de brazos, esperando la “buena racha”. El positivista, en cambio, lo que hace es creer en su capacidad de superación, sin anticiparse a un resultado satisfactorio.

Nadie conoce el desenlace de las situaciones que le tocan vivir.  No hay que dejarse llevar por el desaliento o la frustración,  pero hay que darse tiempo para recuperarse, ver luego las posibles alternativas y emprender un nuevo camino.

El positivismo nos impulsa al trabajo constante e ilusionado para superar un mal momento, gestionando óptimamente cada fase del duelo, sufrimiento o sentimiento de incapacidad personal que nos generen nuestros tropiezos en la vida.

Darnos cuenta de que la frustración o el miedo al futuro no nos dejan avanzar y resultan inútiles y dañinos, es empezar a caminar hacia el positivismo.



Pensando positivamente

Eckhart Tolle, reconocido maestro espiritual, conferenciante y autor de obras como “El Poder del Ahora” o “Una Nueva Tierra”, hace esta reflexión: “Ninguna otra forma de vida en el planeta, conoce la negatividad, sólo los seres humanos, de modo que ningún otra forma viola y envenena la tierra que la sustenta. ¿Hemos visto alguna vez a una flor infeliz o a un roble estresado? Los únicos animales o seres que pueden reflejar algún problema neurótico, son los que viven cerca del ser humano, los que han conectado con la mente humana y su locura.”

Como el resto de seres vivos, no nacemos negativos, aprendemos a serlo. Las decepciones, los desengaños, los errores propios o ajenos, nos llevan a un estado de ira interior, desaliento o dolor emocional ante las que nuestra mente intenta defenderse anticipando lo peor, o creando malos sentimientos. Pero eso no es más que una mala reacción, un mecanismo inconsciente equivocado. Todos podemos encarar la vida de modo más equilibrado, evitando dejarnos llevar por el pesimismo de nuestras emociones o pensamientos.

Tras cualquier problema siempre existe una solución, necesitamos tan solo tener claridad de ideas y que nuestra mente no se colapse- o se distraiga- con emociones tóxicas.  Reforzar nuestros pensamientos positivos, apoyarnos en quienes nos aman y nos animan y emprender los caminos para superar cualquier crisis es lo que hará cambiar nuestra vida. 

Porque solo nosotros mismos podemos cambiar nuestra actitud ante la vida, y ella responde en consecuencia.


martes, 26 de junio de 2012

Aprendiendo a desaprender






Aprendemos desde, prácticamente, el momento de nacer. El recién nacido “aprende”  de forma automática e inconsciente a respirar por la nariz, a mover sus manos para agarrar las cosas, a succionar su alimento. Desde ese momento y en adelante, la vida es un continuo aprendizaje, voluntario o involuntario, y todo en nuestro entorno nos alienta a aprender nuevas ideas, actitudes o habilidades, que formarán nuestra forma de ser y de pensar.


Por eso, pocos de nosotros esperábamos de adultos que una palabra que suena tan ajena a nuestra mentalidad fuese cobrando fuerzas de prioridad, en la época que nos ha tocado vivir: “desaprender”. Pero, así es; desde el mundo empresarial hasta los nuevas teorías para mejorar la personalidad, recomiendan cada vez en voz más alta que desaprendamos conceptos que se demuestran obsoletos o equivocados, y que nos inculcaron como ideas o incluso valores, tiempo atrás.

¿Qué es desaprender?

La palabra “desaprender” va pasando de ser algo extraño y contradictorio a, incluso, un término de moda, utilizado hasta como reclamo publicitario. Un innovador anuncio, presentaba a una pareja de ancianos que se decían mutuamente que, para seguir queriéndose, necesitaban “desaprenderse” para volver a empezar.

Como decíamos, ésta época de cambios y crisis existenciales y sociales, ha traído consigo una evidencia sorprendente, que no es otra que la de que necesitamos “vaciar”, hacer sitio en nuestra mente, atiborrada de antiguos conceptos, creencias preestablecidas y conocimientos  pasados de moda o errados, para aceptar los nuevos cambios, la nueva mentalidad. Así lo aseguran desde los asesores de “coaching” más prestigiosos, hasta los psicólogos o estudiosos de la nueva sociedad positivista que se va gestando.

Pero, nuestro cerebro, tan acostumbrado a absorber información, se resiste a la función contraria. Todos sabemos lo costoso que resulta que una persona cambie de creencias que han configurado su vida, o admita como realidades aquellas situaciones que rechaza; sin embargo, en algunos casos resulta no solo útil, sino necesario para comprender el entorno y desarrollarnos como seres humanos.

El escritor y sociólogo futurista Alvin Toffler, autor de Future Shock y The Third Wave dijo: "Los analfabetos del siglo XXI no serán aquellos que no sepan leer y escribir, sino aquellos que no sepan aprender, desaprender y reaprender."

¿Por dónde empezar a “desaprender”?
En una cultura que ha convertido a sus ciudadanos en máquinas de consumir, en pos de una economía devoradora, lo primero a entender es que no necesitamos tantas cosas materiales para subsistir, ni para estar cómodos o gozar de mayor bienestar. Las crisis económicas parecen llegar a propósito de demostrarnos esto. Después de décadas de sociedad industrial y tecnológica, en las que la ciencia ha demostrado inútiles y obsoletas numerosas creencias del pasado, la propia ciencia y tecnología se revelan incapaces de conseguir la felicidad del ser humano. De ahí la necesidad de éste de volver a sus orígenes, de reconocerse en su interior olvidado.

Y no hablamos de renunciar al progreso y sus buenas conquistas, sino de recuperar la esencia espiritual- o mental, como prefieran- que estábamos perdiendo. Cada vez más personas se apuntan a la “moda” del coaching, la autoayuda, las temáticas de crecimiento o desarrollo personal, o las religiones de nuevo o viejo cuño. El estrés y los estados de ansiedad o depresión están a la orden del día, y el ser humano parece darse cuenta de que es algo más que un consumidor inmerso en un mundo de consumidores con mentalidades establecidas y conservadoras. Buscando la singularidad, ya no vale el individualismo, y todos queremos ser nosotros mismos, auténticamente, e interconectados con los demás.

Recuperar valores humanos como la sonrisa habitual, la alegría por vivir, el contacto con los otros, la calidez y el respeto en el trato, o la sensación de la ser parte de la naturaleza, y no solo sus destructores, van recobrando su lugar en los nuevos buscadores de una sociedad más humanizada, menos encorsetada y tecnificada.

Crear y dejar de destruir

Hasta las empresas más agresivas y competitivas en el mundo de los negocios, recomiendan a sus ejecutivos un cambio de mentalidad para enfocar sus nuevas estructuras. El viejo estereotipo del ejecutivo inflexible, cargado de diplomas y experiencia empresarial, va siendo reemplazado por el de aquellos individuos con capacidad de cambio, de aprendizaje de nuevas fórmulas organizativas, de adaptación a nuevos modelos que hacen a las personas más efectivas, utilizando el elemento grupal más que el individual y agresivo.

La sociedad global se muestra cansada de destruir recursos del planeta para fomentar su propio consumismo. Existe el miedo a las pandemias, a las amenazas apocalípticas del cambio climático o la deforestación masiva, entre tantas otras, y la humanidad empieza a entender que debe buscar en su interior lo que no ha encontrado en el exterior, para reconstruir aquello que ha estado destruyendo en aras de un pretendido bienestar.

Por eso prima hoy en día un regreso a la imaginación y creatividad humanas, como valores a tener presentes para formar la vida futura, al que se van viendo empujados todos los ámbitos, desde el educacional hasta el empresarial. Y, para eso, cada persona debe encontrar su equilibrio, redescubrir su potencial y dejar atrás las viejas convicciones y los antiguos preceptos. Uno de ellos, el que nos enseñaba que había que saber envejecer, va siendo reemplazado por entender que es más importante saber crecer como persona; lo que nos obliga a desaprender muchos tópicos que formaban la conciencia colectiva.

lunes, 25 de junio de 2012

Influencia de las emociones



Al igual que, físicamente, dos tercios del cuerpo humano es agua, el componente básico de nuestra mente son emociones.

 Las emociones son el motor de nuestro cerebro, lo que nos mueve o detiene, lo que nos da vida o nos hace ignorarla. Sentimos emociones todo el tiempo, todo nos las provocan. Unas son leves y pasajeras, otras son profundas y pueden permanecer en el tiempo y hasta cambiar nuestros rumbos.

Es curioso advertir que, aunque las personas somos distintas en nuestros caracteres y reacciones, existen circunstancias que no hacen variar en mucho la respuesta emocional de cualquier individuo. Todos sabemos qué nos pone tristes, o alegres, o nos da placer o nos enoja. Y sabemos que, esas mismas cosas, influirán de manera parecida en nuestros semejantes.
Sin embargo, tendemos a confundir las emociones con los sentimientos, y de ahí los grandes fracasos de muchas vidas.

Emociones que gobiernan

Para empezar a entender, digamos que las emociones pueden determinar nuestro pensamiento y nuestras actitudes, mientras que los sentimientos no. Explicaremos esto un poco más a fondo, empezando  por analizar una emoción.

Una emoción - por ejemplo, la pasión- puede convertirse en el centro de nuestra vida, lo prioritario en ella. En realidad, estamos volcando en esa persona, afición o trabajo que nos apasiona, una serie de carencias o dolor atrapado, que esa dedicación nos ayuda a olvidar o a seguir ignorando. Podemos amar a otra persona, pero todos entendemos que, si nos obsesionamos con ella, es pasión y nadie puede vivir una vida plena volcado constantemente en una pasión. Por eso, lo que muchas veces llamamos “amor” se acaba trasformando en otra cosa menos agradable.

Lo mismo pasaría con emociones como la ira, la culpa o el miedo, como ejemplo de emociones negativas que pueden gobernar la existencia de una persona, haciéndole perder de vista el resto de aspectos de su vida. O con la simpatía, la euforia o la satisfacción, como emociones positivas; al principio son agradables e incitadoras, pero pueden degenerar con el tiempo, porque son la reacción de nuestros pensamientos a sentimientos enmascarados.

Dicho de otra forma, las emociones son la manera de gestionar cada sentimiento que tiene nuestra mente. Y son negativas o positivas en función del grado e intensidad que les permitamos.

Buscando emociones o huyendo de ellas

Las personas que han sufrido traumas o una vida complicada, y no han sabido gestionar bien las emociones que les evocaban sus circunstancias, suelen convertirse en personas retraídas, miedosas, que intentan evitar sentimientos que puedan volver a provocarles esas emociones desagradables. Buscan la monotonía y se relacionan poco, como medio de seguridad para no volver a sufrir, aunque precisamente su equivocado método de escape del sufrimiento les aboca a una vida desgraciada y limitada. Serían el ejemplo concreto de hasta qué punto pueden controlar una vida las emociones negativas.

En el otro extremo, hay personas que se pasan la vida queriendo probar “emociones fuertes”. Son los que necesitan sentir la adrenalina más álgida para sentirse vivos, los amantes del riesgo como desafiante del temor. Según la psicología, detrás de estos comportamientos compulsivos existe un alto índice de miedo a otras cosas. Esas emociones “provocadas”, enmascaran la necesidad de hacerse notar ante los demás y darse relevancia ante sí mismo. También es la tapadera perfecta para los que temen hacer frente a conflictos psicológicos pasados o para huir de entornos cotidianos que no les gusta. Cambian la intensidad de lo que les preocupa o les frena por la cantidad de emociones “estimulantes”, como una droga enmascara lo que de verdad se teme.

Y los sentimientos ¿qué?

Los afectos puros no necesitan dependencia alguna. Son serenos, confiados, bondadosos y oportunos. Se dice que el amor más puro es el de una madre por su hijo; no conoceremos a ninguna buena madre que pretenda retener a su hijo por motivos egoístas, o que controle su vida en ningún sentido, pero las buenas madres siempre están para ayudar a sus hijos. Sin embargo, ¿Cuántas parejas parecen desvivirse por no separarse un instante de sus cónyuges, saber lo que hacen o dejan de hacer y, en los malos momentos, acaban “no pudiendo soportarlo”?. El buen amor, el amor auténtico, no soporta, comparte. Y da igual que sea fraternal, conyugal, amistoso o filial.

El dolor es siempre desagradable, pero la tristeza auténtica, sin interpretaciones mentales añadidas, es serena, comprensiva y paciente. Lacera durante un tiempo, pero nos deja recomponernos. La tristeza no mata, lo que mata es la emoción o emociones que derivamos de ella: rencor, decaimiento depresivo, culpabilidad, abandono, nostalgia recurrente…Saber gestionar la inevitable tristeza de los malos momentos puede ayudarnos a crecer como personas, en lugar de hundirnos en la desgracia permanente. A eso se le llama resilencia psicológica, y se ha demostrado efectiva incluso después de situaciones traumáticas tan fuertes como el derrumbe de las torres gemelas de New York, según un estudio realizado entre diversos testigos y víctimas por los doctores Fredrickson, Tugade, Waugh y Larkin, en el año 2003.

La alegría no es un simple estallido, más o menos duradero. La alegría es percepción de la vida, es serenidad feliz, es comprensión del entorno y de uno mismo. Todos nacemos felices, todos nacemos con predisposición a los sentimientos; pero nuestra educación y medio social nos inculcan qué emociones deben surgir y tener más o menos prioridad, a raíz de cada circunstancia y sentimiento, y con qué intensidad las percibimos.

Como todo en la vida, la manera en que aprendamos a mesurar nuestras emociones, elegirlas en función de en qué grado nos son positivas o negativas, y utilizarlas, determinará si nos gobiernan ellas o podemos controlarlas en nuestro beneficio y el de los demás.

El equipaje vital


La bolsa de la vida es muy singular. Está cargada de cosas que podemos desconocer y en las que, quizás, ni reparamos hasta que, en algún momento, aparecen y no sabemos cómo catalogar. Curiosamente, cuantas más de esas cosas observamos y descubrimos, menos pesa vivir. Esa carga pueden ser sentimientos, emociones, cosas de nuestra mente, reacciones de nuestro cuerpo…Todo, en definitiva, lo que comporta estar vivos.

Aquí iremos sacando todas esas cosas, poco a poco, como en un batiburrillo divertido y caótico a veces, como un aprendizaje vital en otras. Miraremos, comprenderemos, aprenderemos, con tolerancia y amor, intentando la objetividad y la efectividad, aprendiendo qué tiene la vida en su bolsa, antes de volver a guardarlas..., para cuando toque que vuelvan a salir..., si nos toca que salgan.

Cierto que, en ocasiones, serán dulces regalos, valores que nos ayuden a seguir andando con optimismo y alegría; pero también habrán cosas extrañas, complejas, difíciles de desentrañar. Todo cabe, y nada es malo. Solo hay que conocerlo, para entenderlo.

Si os interesa, como a mí, eso que podemos llevar dentro y que forma parte de nuestra condición de seres humanos, bienvenidos a la curiosidad, ¡descubramos juntos!

Conocer con qué se cuenta en el equipaje siempre ayuda a seguir caminando, más tranquilos. Vamos a intentarlo, yo estoy dispuesta. Y también a escuchar lo que tengáis que decir, lo que podáis aportar, todo lo que os interese, porque, al final, todos somos la vida.

¡Bienvenidos!