¿Qué es la realidad?
¿Solo lo que nos cuentan, lo que percibimos con nuestros sentidos, lo que la
mayoría cree que son las cosas? ¿Qué es real y qué es verdad? Esa es la materia con la que
trabaja nuestra mente.
Estamos viviendo una época en la que todo es difuso, incluso
la historia. En cualquier momento la realidad podría darse la vuelta, girar
sobre si misma o hacia un lado imprevisto, sorprendernos aún más con un devenir
impensable. Nuestras particulares y diminutas vidas se ven bamboleadas por esa
incertidumbre general.
Lo que pasa en el mundo y en nuestra vida
Todos y cada uno intentamos hacernos un hueco – o mantener
intacta nuestra madriguera- mientras
contenemos el aliento, expectantes, ante
cada novedad en el entorno social, político, económico o incluso anímico del
mundo en el que vivimos. Todo nos puede afectar, aunque esté sucediendo en las
antípodas de donde nos encontramos; eso lo hemos aprendido a fuerza de
“crisis”, cambios de acuerdos, leyes o normas, amenazas para la salud de las
personas y el planeta, o decisiones influyentes que trascienden en miles de
kilómetros nuestras fronteras. Lidiamos con alarmantes anuncios de quiebras y
vaivenes de países enteros y hasta hace poco prósperos, nos aceleran la alarma
con epidemias y enfermedades que atraviesan continentes para instalarse entre
nuestros vecinos, nos asustan con más desastres mientras vamos sufriendo
pequeños (o no tan pequeños) desastres y giros cotidianos.
Buscando explicación y solución
Con ese panorama, no es de extrañar que prolifere la afición
a buscar salida o consuelo en teorías y modos de vida “alternativos” a la fría
realidad. Libros de autoayuda, consejos de expertos en coaching, mensajes
optimistas sacados de antiquísimas tradiciones espirituales orientales…
Nuestra
propia tradición religiosa conforta cada vez más a menos adeptos y, de todos modos,
la diferencia entre las creencias más cercanas y esas otras de países lejanos, está
entre creer que todo se perdona y se “cura” más allá de la muerte – en un cielo
resarcidor de “éste valle de lágrimas”- o en creer que todo está en nuestras
manos, cambiando nuestra mentalidad y si no funciona será que no lo hacemos
bien.
Otros, más prosaicos o menos intensos, se refugian en esa
otra fe de la modernidad: la ciencia en todas sus expresiones. Lo que no pueda
ser aceptado por una cohesionada experiencia no es real. La prueba empírica es
la nueva sacerdotisa de lo irrefutable, y si falla es porque se hizo mal…Se
cambia de criterio, nuevo empirismo mediante, y listos.
La cuestión es creer en algo que nos libere un poco de la pesada
carga de vivir, más o menos aceptablemente, mientras el mundo nos zarandea a su
antojo y el movimiento de otros puede producirnos el inicio del descalabro… O
no.
Templando el pulso
Y en eso estamos, templando el pulso para ser de los pocos
afortunados que lo mantienen, o para no ser de los que pierden el equilibrio y
caen por el camino de ésta cuerda floja que es nuestra realidad física. La
otra, “la realidad” que creamos y creemos de modo particular, cada uno en nuestra cabeza, la desatendemos
más a menudo de lo que sería necesario, persiguiendo fórmulas infalibles de no
perder la cordura, o lo que creemos cordura según nuestra percepción. Al final,
el enemigo es el mismo para todos: el miedo.
El equilibrio es
difícil en todas sus formas; en el entorno exterior, porque no depende solo de
nosotros, sino de hechos fortuitos y decisiones ajenas; en nuestro interior,
porque lo que nos permitamos pensar y creer determinará cómo vivimos lo que
ocurre a nuestro alrededor. Hay que elegir, discernir y controlar lo que
pensamos y percibimos. Y determinar el nivel de influencia en nuestro ánimo que
le damos a cada pensamiento. Eso es lo que nos trae locos.