El aspecto sentimental de la personalidad humana es tan
complejo que solemos confundirnos mucho entre los términos y las emociones. ¿Es
lo mismo enamorarse que amar eternamente? ¿El amor verdadero debe ser eterno, o
también es verdadero el que se termina? ¿Qué tiene que ver el instinto sexual a
la hora de elegir determinado tipo de parejas? Si el amor es un producto
cultural, como pregonan algunas voces, ¿porqué existen diferentes orientaciones
sexuales?, ¿porqué cada persona tiene un ideal, incluso varios, de atracción
sexual y sentimental? ¿Qué es y qué no es estereotipo?
Enamorarse para siempre
Son muchas las cuestiones que planteo, pero todas ellas son
de interés común, ¿verdad? Seguramente, todo el mundo se ha hecho esas
preguntas o algunas parecidas a lo largo de su vida..., o se las hará cuando se
enamore. Pero, ¿qué es enamorarse? Desde
luego, no la garantía de que ese afecto prioritario y arrebatado durará para siempre.
Se entiende el enamoramiento como la reacción posterior a la
atracción, y más aún si es correspondida. La persona que se enamora intenta
razonar para sí misma esa atracción hacia la otra persona, y solo encuentra motivos
de valoración en ella. Si el sentimiento (o la emoción, aunque no son exactamente
lo mismo) es mutuo, el enamorado o la
enamorada se sienten en sintonía y plenitud con la otra persona. La dicha que
percibe parece tan completa que se vuelca en querer agradar a su nueva pareja,
como objetivo primordial en su vida. Pero, ¿puede creerse, objetivamente, que
esa necesidad de satisfacer y deslumbrar al otro (o la otra) se mantendrá en el
tiempo? Afortunadamente, no, porque sería demasiado estresante. Enamorarse es
necesario para focalizar el interés hacia esa persona que será nuestra pareja;
lo necesario, como segundo paso en la relación, es saber amar.
Amando a la pareja o
amando a un ideal
Seguramente, nos
enamoramos estando condicionados por nuestra educación. Desde pequeños, nos hacemos una idea con lo que nos trasmite
el entorno en que vivimos sobre lo que debe ser el amor de pareja, e incorporamos
el aspecto sexual, según nuestras preferencias, cuando vamos madurando nuestra personalidad. A
las mujeres se nos ha educado más que a los hombres en el amor romántico: “el” (porque
debía ser un “él”, no una “ella”, claro) vendría, como de milagro, y lo sabríamos
en nuestro interior. “Él” nos protegería y nos adoraría, a cambio de ser
bellas, fieles y fogosas… ¿o no? Claro que sí, así lo marcan los roles
masculinos y femeninos del enamoramiento perfecto….Y esa es la base que perdura
en el inconsciente, pese a siglos (ya) de libertad sexual y otras pseudo
libertades.
Pero esa es la idea romántica que se forja en el
enamoramiento, es decir, en la primera fase, y cuando la relación se va
consolidando las cosas empiezan a cambiar, siquiera sutilmente. Es entonces
cuando, en cada relación, o surge el verdadero amor o surge la dependencia
emocional (en uno, en otro o en ambos) que nos atará a esa pareja disfuncional
y que llamaremos “amar”, totalmente convencidos y mientras no nos despeguemos...
¿O creen en eso de “amar es no saber porqué”?
En muchísimas ocasiones, si no casi siempre, las personas nos empeñamos en que el objeto de
nuestro enamoramiento sea la persona amada. Parece de Perogrullo, pero son matices
muy distintos: nos enamoramos de una atracción, sin conocer la realidad del
otro en conexión con la propia; amamos a un conjunto de sensaciones y sentimientos
que nos reporta esa conexión con la otra persona… Y dependemos cuando, pese a
ser pésima esa conexión, nos empeñamos en que vivir esa relación (con esa
persona, y no otra) es nuestro destino.
Es decir: no es lo mismo amar al otro u otra, lo que produce
felicidad, plenitud, voluntad incondicional, confianza propia y en la pareja,
que amar al ideal que nos hicimos y que no tiene nada que ver con la realidad
que tenemos. También hay que contar con
que todos cambiamos, y las situaciones con nosotros.
¿Y el instinto
sexual?
Pues, miren, esa es la mala noticia para algunos, porque eso
(instinto o atracción sexual) es todo lo
que sienten por su pareja (o parejas) o es todo lo que su pareja siente hacia
ellos. Por supuesto, es una tendencia completamente natural y necesario
componente del enamoramiento y del posterior amor, pero no puede negarse que,
cuando existe como única motivación de atracción, también puede ser utilizada
para hacer creer al otro que se le ama. Incluso puede auto engañarse uno mismo
(o misma), valga la redundancia, diciéndose que es amor el querer llevarse al
catre a esa persona, cada vez que la ve o la imagina….Y nada más.
Cómo dice una canción de Serrat: “Me gusta todo de ti, menos
tú”.
Pero es que, recapitulemos, seguimos hablando de
enamoramiento y sus componentes. La química que motiva nuestra lujuria no es
más que uno de ellos, pero amar, lo que se dice amar, es otra cosa.
Y que Dios o la Fortuna les conserven muchos años su
instinto sexual hacia la persona estimada, pero no me digan que no se les
despierta hacia nadie más, siquiera a milésimas de segundo, aunque amen de la
manera más pura y real posible a su pareja, porque mentirían. Y no pasa nada porque
ocurra así. Lo malo (para la pareja) es lo que se haga después de esa nueva
atracción.
¿Y qué?, concluyendo
Pues, en realidad, nada. Lo único que digo es que, si nos
paramos a pensarlo y aunque puedan variar los grados y combinaciones, la cosa
de las emociones amatorias son más o menos así. En reglas generales, cada uno
siente lo que siente y cree que ama o les aman como quiere creerlo. Si luego
resulta algo distinto, no me vengan con reclamaciones…, les avisé.
Lo de “cada cosa por su nombre” sirve para eso, para
diferenciar y aclararse, y no solo para llenar el diccionario.
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