En el anterior artículo de este blog hablaba de la
preocupación, de lo que es y de lo poquito que sirve en nuestra vida. Desde
luego, siempre surgen circunstancias y situaciones cuyo posible desenlace nos
inquieta, y que deseamos resolver lo mejor posible. Teniendo claro que la
preocupación tan solo agranda la percepción del problema, que nuestra mente –
tan mona ella- nos va a decir que “tenemos
mala suerte” o que “existen difíciles
posibilidades de éxito”, y que ese
tipo de pensamientos negativos no ayudan a enfrentar los momentos complicados,
conviene plantearse el mejor modo de “desaprender” a preocuparnos y aprender a
ocuparnos en la solución, provechosamente.
Os lanzo tres pasos o reflexiones para conseguir decir adiós a esas alarmas que se encienden en nuestra mente, y ya me iréis comentando qué os parece.
Os lanzo tres pasos o reflexiones para conseguir decir adiós a esas alarmas que se encienden en nuestra mente, y ya me iréis comentando qué os parece.
Paso uno: los malos
augurios no existen
Todos los pensamientos a futuro son ilusorios. Lo que imaginamos que sucederá, evidentemente, aún no ha sucedido; y casi siempre imaginamos que puede pasar lo peor cuando algo nos preocupa, ¿verdad? ¿Porqué olvidamos siempre el otro cincuenta por ciento de posibilidades, es decir, que todo pueda resolverse bien?
Una persona muy querida me recordaba hace poco una frase,
cuyo autor desconozco, pero que es en sí toda una filosofía: “Pienses lo que pienses, la vida siempre te
dirá que sí” La simpleza de la frase es, meditándola un poco,
arrolladoramente profunda. Si piensas habitualmente que algo puede ir mal,
posiblemente vaya mal. Si piensas que no eres fuerte, o importante, o capaz,
posiblemente acabes siéndolo.
Si, por el contrario, te convences de que siempre
existe un arreglo, recuerdas que todo es pasajero, y que tienes más capacidad para cualquier cosa
de lo que has podido demostrarte, lo más
seguro es que te sorprendas consiguiendo tus propósitos. La vida siempre te
dice que sí; que puedes, si lo crees, o que no puedes, si eso es lo que crees.
Paso dos: ¿Subes la
escalera de un tirón?
A menos que seas un superdotado o superdotada - y entonces
qué diablos haces leyendo esto- deberás ir escalón a escalón para ascender una
escalera. Las hay más largas y costosas y las hay con pocos peldaños, pero el
método es el mismo. Sin embargo, si deseas llegar pronto a lo alto de la
escalera, lo más probable es que
tropieces por correr, te canses más por subir varios escalones de golpe, o te
parezca inacabable esa ascensión….; te faltará el aliento, te obsesionarás con
llegar y no disfrutarás del camino. Con los problemas pasa lo mismo, y por más
que te preocupes no llegará antes la mejor solución.
Fijarte tan solo en el primer peldaño, en el más inmediato,
el que puedes subir ahora, por
modesto o bajo que sea, es la manera de empezar a actuar. No puedes hacer otra
cosa, razonablemente. Así que, disponte a subir ese primer escalón, sin
culpabilizarte por estar todavía muy abajo, haciendo lo que esté en tu mano
para avanzar con prudencia y decisión. Y, sobre todo, sin pensar que aún queda
mucho por subir. Al contrario, ya tienes la seguridad de que así lo vas a
alcanzar, lo cual debe aportarte satisfacción por ese primer paso que has dado.
Al igual que al ascender una escalera, tus problemas te
parecerán más superables cuanto más avances en solucionarlos, sin pensar en lo
largos o enormes que son. Te estarás
ocupando, en lugar de preocupando.
Paso tres: Destierra
el pasado, confía en el futuro, vive el día a día
Esto ya lo sabes, aunque te cuesta conseguir creerlo.
Olvidar los momentos tormentosos del pasado parece más imposible, cuando
volvemos a ver nubarrones en nuestra vida. Sin embargo, el pasado no puede
volver; ni tiene porqué repetirse lo sucedido, si haces las cosas de otro modo.
Recuerda aquí lo de que “la vida siempre
dice que sí”… ¿quieres enviarle a tu vida el mensaje de que el pasado fue
un desastre, como ejemplo a seguir? ¿O que solo los tiempos pasados fueron
mejores?
Dejando el lastre de las experiencias del pasado, no hay
motivo por el que no confiar en el futuro. Ya hemos hablado de lo inútil de los
malos presagios, de modo que solo nos queda atender al presente. Vive el día de
hoy, el aquí y ahora, aprovechando todo lo bueno que te ofrece. Trabaja por
solucionar hoy lo que te ha
preocupado, pero no dejes de lado los buenos momentos presentes que puedas
disfrutar. Sonríe tras las necesarias lágrimas, si es preciso. No pasa nada, lo
vas a conseguir…o no, pero eso será mañana. El hoy todavía es tuyo, ¿porqué estropearlo preocupándote?