Los ciudadanos, para los gobiernos, nos hemos convertido en “nadie”. No es que no seamos nadie, sino que “somos nadie”. Basta imaginarse las directrices recibidas en una reunión de ministros, o en cualquier gabinete ministerial: “Que nadie traspase nuestras fronteras ilegalmente”, “que nadie cobre más de X euros”, “nadie debe escaparse de pagar los impuestos”, “que nadie tenga derecho a protestar por tal o cuál”…
”Nadie” no tiene cara, ni edad, ni sentimientos; es nadie,
es rotundo y, no es nada personal, amigos…Es que nadie debe escaparse a sus
decretos, y es más fácil ordenar injusticias o ponerlas en práctica pensando en
que nadie las eluda, que pensando en los millones de “alguien” a quienes se les
hace el daño consciente de la represión. Nadie, para “ellos”, somos nosotros;
los ciudadanos, los de aquí y los de afuera, los que les sirven de pagadores de
deudas, los que saltan sus vallas con cuchillas o repelen a disparos en el mar,
los que exprimen a fuerza de encarecerles el sustento y de dejarles sin recursos
suficientes y necesarios.
¿Qué importa quitarle derechos a nadie, dejar que nadie se
muera sin atención, que nadie reciba ayuda ni consiga trabajo, ni disponga de
justicia? ¿Qué importa la educación de nadie? Nadie es nadie, y somos el
pueblo. Nos llaman nadie, para “cosificarnos”, convertirnos en objetos a
controlar, para sentirse mejor, para que no escapemos.
Y, paradójicamente, si aceptamos ser ese “nadie” como nombre
propio, la cosa queda en que Nadie protesta, Nadie exige, Nadie no quiere ser
expoliado, esclavizado y excluido. Nadie, somos Nadie. Somos Nadie, y solo importan “ellos”…Deberíamos
cambiarnos el nombre.