Me da por observar ( que no mirar) a esos personajes femeninos
que el cine de todas las épocas nos ha ofrecido como prototipos de mujer
deseable, fatal y, a la vez, ejemplos constantes de lo malísimas que podemos
llegar a ser y lo muy vulnerables que son los hombres (aunque sean “protas”)
ante nuestros efímeros encantos.
Las diosas de la gran pantalla son, en su mayoría, de esa especie que justifica para ellos el
deseo inmediato de las hembras y el repudio
desdeñoso que se merecen por frías, calculadoras, virulentas y
crueles. Pero, ¿eran así en realidad,
esos personajes de mujeres, o fueron producto de su época? ¿Se mereció Gilda
recibir malos tratos? ¿Era tan “enloquecedora” Marilyn? ¿Qué tienen que ver con
las “chicas malas” del cine actual? ¿Y con las mujeres reales?
Gilda, o Rita Hayword
Creo que aún no tenía uso de razón para entender lo que se
tiene por bueno y malo, y menos aún en el terreno erótico-sentimental, y ya
jugaba yo a recrear la famosa escena del guante de Gilda, una película que ya
entonces era antigua y que mi madre no se cansaba de explicarme cual cuento
para adultos reciclado. Y es que la belleza de Gilda – mejor dicho, de Rita-
encandila a hombres y mujeres (incluso a niñas), por causas bien distintas o
quizás no tanto.
Gilda, al contrario que la Lolita de Nabokov (ya hablaremos
de mi tocaya, que me la tienen muy distorsionada, a la pobre) no es ni aparenta
ser ninguna ingenua, no juega al ambiguo juego de “mosquita muerta” de las
mujeres de su época, no engaña más que a los que se quieren dejar engañar- o
culparla de haber sido engañados- que son todos los hombres que se ponen a su
paso. Gilda, adulta, pícara, provocadora y magníficamente sensual, es un
anzuelo perfecto que, en realidad, se convierte en el pez capturado que se
revuelve ante su captor. En la historia de Gilda, ha sido siempre la víctima
propiciatoria para ser utilizada y, cuando quiere dejar de ser el pez, la transforman en el malvado gancho destroza
corazones que crea rencores apasionados. Gilda solo quiere sobrevivir, a ser
posible vivir; y para ello utiliza lo
que ha aprendido: que las mujeres son un reclamo sexual, que solo así te dan lo
que deseas, que ningún otro valor intelectual o espiritual le será reconocido
ni tiene tanta fuerza, en un mundo patriarcal y misógino, como el magnetismo
erótico de su belleza externa.
Pero, ¡ah!, Gilda no es tonta y está ya muy escamada. No cae
en romanticismos trasnochados, aunque también los utilice para sus fines. Gilda
quiere vivir consigo misma, tener lo suficiente para ser ella misma, no
depender ni dejarse manejar como un auto deportivo…Y eso no se le perdona, de
ninguna de las maneras.
Solo un dato: Johnny (Glenn Ford) le propina una sonora
bofetada; ella le da dos. La llamaron malvada por esa respuesta. Juzguen
ustedes.
Por siempre Marilyn,
el mito femenino del ideal masculino
Marilyn Monroe no tiene una sola película en la que su
personaje sea destacable. Es siempre el mismo, perpetuado cinta tras cinta:
Indómita aunque ingenua, perfecta en su
imperfección, cándida aunque arrolladora. Es la tontita preciosa que ellos
siempre soñaron y soñarán, porque les han enseñado que las mujeres así son lo
mejor para que un hombre lo pase bien, se luzca ante los amigos y no tenga
problemas doméstico-sentimentales. Marilyn no reclama atenciones más que cuando
quieren dárselas; Marilyn está siempre ahí, enloquecedoramente sexy y bonita;
Marilyn es un trofeo glorioso, sumiso y bobo.
Marilyn, dicen, no era Norma Jean. Norma Jean buscaba amor,
del bueno, del respetuoso, del libre, del que valora a las personas aunque sean
mujeres, desesperadamente.
Y, si para eso tenía que aparentar lo que le decían, hacer
lo que se esperaba de ella o reinventarse distinta, lo hacía. En la pantalla y
fuera de ella, como fue el caso.
Creó escuela, y hay montones de mujeres que la han emulado
en sus vidas reales. Lo que no tengo tan claro es si nos ha hecho un favor a
las mujeres, contagiando ese comportamiento. A ella no le funcionó muy bien, en
lo personal; creo que a las demás, a la larga, tampoco.
La señorita Shug, de
“El Color Púrpura”
¿A que no os esperabais este personaje?... ¿Sabéis cuál
es?...Pues es mi favorito de la película de Spielberg y de la novela de Alice
Walker (que ganó el Pulitzer con esta obra).
Es ese personaje a ratos odioso, impertinente, frívolo, prepotente; y a ratos tierno, compasivo, heroico y
mediador. Shug (señorita Shug) es la antítesis (aparente) de la sumisa,
apaleada, ignorante y acomplejada Cellie (Woopie Woldberg). Shug, para Cellie,
es la amante de su marido y también su liberadora (la de ella), porque es la
primera persona que la hace feliz y le devuelve un poco de su dignidad perdida
¡Casi nada!
Pero, ¿cómo es Shug o, mejor dicho, quién es Shug? Pues es
una desvergonzada de tomo y lomo, para empezar. Es decir, es una mujer que se
ha hecho a sí misma, con lo que tenía a mano; que ha pasado de convencionalismos
sociales, que toma para sí lo mejor de cada día, que intenta superar un pasado
que aún la hiere. Pero Shug, herida, desengañada del amor, calculadora y fría
con los hombres cual Gilda afroamericana, es capaz también de compadecerse del
sufrimiento ajeno, de ver más allá del dolor y la mediocridad de los demás y
descubrir a la persona aprisionada bajo pesadas capas de miedo y vejación.
Vale, Shug es bisexual, pero el sexo no es su objetivo, como en los hombres,
sino un aditamento de la vida más.
Shug entrega, además de recibir, porque anhela redimirse
ante los ojos de su padre, al que idolatraba de niña, pero que la asfixiaba en
una existencia coartada y servil como a las demás mujeres de su época y su
entorno social.
Pero Shug se demuestra a sí misma que puede con ese rechazo
paterno y con más, reforzada por ese dar a los demás lo que necesitan: alegría,
dignidad, valor, reconocimiento, amistad. Y es entonces cuando es recompensada
por la vida: cuando es totalmente ella misma.
“Hermana, tengo noticias para ti: soy especial; ojalá tú
sepas que lo eres también”, dice en su maravilloso blues “Sister”.
Esas humanas “chicas
malas”
Éste ha sido mi análisis - personal, claro está- aunque
podría decir mucho más de cada uno de esos perfiles, ficticios o reales, pero
de mujer. Son estereotipos creados para dar una impresión, pero que han tomado
vida propia, incluso contra la voluntad de sus creadores muchas veces. Ellas,
las “chicas malas”, no son malas, ni buenas, ni simples, ni débiles, ni
manejables. Son humanas; y como humanas son complejas en sus caracteres,
comportamientos y forma de ver la vida. Tienen sus luces y sus sombras, como
todas nosotras que somos de carne y hueso, como todos los hombres que las han
idolatrado y las idolatran, al tiempo que las llaman “malas mujeres” o “mujeres
fatales”, como les reprochó en tiempos más lejanos Sor Juana Inés de la Cruz.
No desean ser adoradas, ni deseadas, ni fastidiar a nadie; en realidad, solo quieren ser queridas y
valoradas…, más allá de sus bonitos cascarones.
Me falta añadir qué tienen en común con las chicas malas que
nos muestra el cine más reciente o actual: a mi juicio, nada. Y pienso que es
porque las mujeres actuales no tienen excusa para ser “fatales”; pueden ser
mujeres-persona, hacerse respetar sin pasar por el aro del halago al varón, competir
por lo que desean sin un Pigmalión que las proteja, las apadrine o las enseñe.
Por eso, las mujeres del cine que llaman la atención de los
hombres, no son más que floreros sexuales con pistola o brujas desaprensivas
pero bellas. Las poco atractivas, en las “pelis” de hoy en día, suele
pretenderse que sean lo que no hay que ser, pasando supinamente de sus
intelectos, dulces caracteres o valores éticos o morales…., que ni se perfilan;
por eso apenas tienen papeles o son de mala, malísima y secundaria, como el de
la película “Por la cara”, de reciente estreno.
Pero podemos hablar de ellas en otra ocasión, como de Lolita…Hermanas.