""Hay dos maneras de difundir la luz... ser la lámpara que la emite, o el espejo que la refleja." - Lin Yutang
En este mundo convulso y convulsionado, en el que ya parece
colapsada nuestra capacidad de sorpresa y
de admiración (y no digamos la de asombro), son escasas las oportunidades de
sentir que hemos topado con algo especial, que hay gente excepcional, que existen
aún los sabios auténticos, natos y sin academia. Pequeños rasgos de las
personas que aparecen como tirando del hilo, poco a poco, y te dejan con la
boca abierta, te devuelven la certeza y la fe en la grandeza humana, llegan
como un soplo intenso de aire fresco.., aún
saliendo del dolor, la decepción o el
inconformismo social. Y es que, ¿qué son los filósofos sino los pensadores que
nos hacen recapacitar en lo que de ordinario no queremos ver? ¿Qué son, sino
los que desvelan la verdad (la suya y
quizás la nuestra) oculta bajo la superficialidad más frívola y aparentemente inocua?
Internet, ese súper
invento que nos libera y nos esclaviza al mismo tiempo, sin el que no sabríamos
vivir ya, ni muchos de vosotros y nosotras podríamos trabajar, me ha traído hoy
un regalo que pocas veces prodiga. No digo que cada día no puedan descubrirse
cosas insólitas, hermosas o admirables, pero me sigue pudiendo la hermosura y
la sencillez, cándida aún siendo dura, de la sincera sabiduría interna de las
personas. Y eso me ha pasado con estos dos amigos, conocidos de letras y
navegaciones internáuticas, maduros
expertos de cuando las palabras solo viajaban en papel, que aún tienen, aunque
desganada, un poco oculta como por vergüenza al desfase, la habilidad de decir cosas intensas que dejan
mudo al chascarrillo, al comentario ocioso y al halago fácil.
Roberto y Pepe, Pepe y Roberto, dos personas a quienes
apenas conozco y que son capaces de volcar tanta autenticidad y trasfondo en
una simple conversación. Con su permiso (esperando no se arrepientan de
habérmelo otorgado) transcribo estas dos joyas en la red:
Pepe: Cuando
consideramos que no somos nadie o nada, lo que nos queda es parecernos a
alguien. Qué pena esta sociedad en la que es más importante parecer que ser.
Roberto: Es verdad, José Luis, la pregunta es muy simple ¿qué pasa
cuando la careta cae, y vemos lo que hemos amado, tal cual es?, ¿No queda una
sensación de....estafa? Hemos sido engañados por las apariencias, y,
lamentablemente en algún momento las apariencias caen al suelo y nos
encontramos que hemos amado una apariencia, y no hemos podido leer en los ojos
de la amada, la verdad del corazón.
Pepe: Roberto,...je,
je...con Pepe es suficiente. Como bien dices, es una gran estafa y de
consecuencias muy graves, mucho más que las preferentes o políticos títeres.
Las personas que quieren disimular sus "defectos", edad, posición
social, etc...., algún día tropiezan con la realidad y entonces se dan cuenta
de que no se tienen ni a sí mismos, y debe ser muy duro acabar sus días sin
saber quien son.
Y una piensa en tanta gente con el amor propio disfrazado de
cosmético, de vestido de moda, de pura apariencia… Y a una le suena lo de amar
a un idealizado, a un ser que jamás se ha mostrado y al que una misma le ha
colocado la careta del amor perfecto, leal, comprensivo; y que resulta ser otra
persona que la que quisimos ver…Y, con la réplica de Pepe, ves después que hay algo
peor que descubrir esa verdad del auto engaño: vivir en él, dejarse amar sin
haber amado, creer en el poder de la materialidad, para acabar descubriendo,
tarde ya, que no has vivido, solo has sido un reflejo indiferente y ajeno.
Así que, me siento afortunada, después de leer a Roberto y Pepe, Pepe y Roberto. Por mostrarme que no me equivoco en no perder tanto tiempo en ponerme
máscaras como escuchando a mi intuición, descubriéndome a mí misma y
descubriendo a gente maravillosamente excepcional en su sencillez, como
vosotros. Contenta, Roberto, por constatar en tus palabras que, amar, aunque sea a alguien a quien has idealizado, es mejor que
ser amado por lo que no llegas a ser. Al menos amas; cosa que el otro (o la
otra en tu caso; pongamos que hablamos de ti) jamás supo hacer, ni disfrutar. Y
no hay que sentirse estafado por la vida, ni engañado por esa persona, fuimos
nosotros mismos los que imaginamos una perfección que no existía ¿Y qué?,
¡buena fortuna, si entonces sirvió para
sentir el amor!
Ya aprendimos, ya nos escuchamos, ¿qué queda? Nada más y
nada menos que el conocimiento de lo fácil que es dejarse engañar por las apariencias
agradables, cuando no son más que apariencia. No nos dejemos engañar tampoco por
las apariencias desagradables, ni derrotar por la decepción o la amargura.
Si
la vida es una lección, aprendamos. Gracias a los dos por enseñarme algo más.