Mira por dónde, la palabreja se ha puesto de moda. Se
utiliza cada vez más, sobre todo en los textos de la red, para hablar de la influencia o la capacidad de
acción de grupos o minorías sociales. En algún contexto, una entiende qué
significa y qué sentido tiene en determinado colectivo humano. En otros casos,
la palabra (bonita, por demás) parece ser utilizada para encorajinar al
personal o hablar de rendimientos que nada tienen de emocionales.
Vamos al grano: empoderamiento
es darse cuenta, ser consciente a nivel personal, del potencial real que se posee como persona.
Empoderarse es decirse: “aquí estoy”, “soy porque vivo”, “yo
también sirvo”, “me conozco, me acepto y
ofrezco mis capacidades a los
demás”, “tengo un valor, confío en mí”. Y, eso, sea quien sea uno o una, haga lo que haga, y con la seguridad de que
puede hacer más y mejor. Eso es lo que se ofrece al empoderarse.
Si después resulta que, en el grupo o en el ámbito que uno se desarrolla,
los demás también saben empoderarse, genial. Pero a cada individuo nadie puede
darle o quitarle su propio empoderamiento, su valor como persona.
Sencillamente.
¿Qué no es
empoderamiento?
La primera vez que leí la palabra “empoderar” fue en la
entrada del blog de un profesor. Hablaba de cómo intentaba empoderar a sus
alumnos, motivarles, demostrarles que eran (todos y cada uno de ellos) mucho
más que jóvenes considerados inexpertos,
“pasotas” o “perdidos”. Me gustó el tono, la intención y los
razonamientos. Me gustó lo de “empoderar”.
Pero, en esa ocasión, aún estando dirigiéndose a una clase,
no se intentaba empoderar a un grupo sino de forma individual que, para mí, es lo
que vale. Que cada uno pueda responsabilizarse de sus pensamientos, sus actos o
sus sentimientos, ante la certeza de que se conoce, puede equivocarse y
rectificar, y eso no le desmerece en sus valores como persona.
El único peligro que veo en la palabra no está en sí misma,
sino en que los necios de costumbre la confundan con lo que no es
empoderarse, es decir, lo que no significa,
y los “listos de turno” aprovechen la confusión para enardecerles y
manipularles con el mal uso.
Cosas como asumir poder sobre los demás,
altanería, prepotencia, elitismo en alguna de sus variantes, o someter a los demás
a la propia voluntad por algún poder coaccionador, se alejan absolutamente de
lo que es empoderarse.
Desde ese “otro significado”, con ese mal entendido o cambio
de sentido, podría emplearse lo de “empoderar” para manipular a las masas,
aleccionar a grupos, hacer dogmatismo de cualquier tipo. El hecho de
empoderarse es tan individual y personal como singularidades hay en una persona.
Cada quien tiene valores, capacidades y habilidades distintas; cada uno o una
se empodera cuando se descubre, cuando aprende a perdonarse y aceptarse y se
ama a sí mismo o misma. Es cuando la confianza propia puede hacerte sentir
“poderoso” o “poderosa”, no respecto a los demás sino respecto a tus
capacidades de salir adelante, de sacar lo mejor de ti, y, en segunda
instancia, de que ese valor sea
apreciado por los otros, porque es real y está ahí.
La mujer es la que menos se “empodera”
Y, ¿por qué? Por algo
tan recurrente como es el rol que se nos ha dado. Muchas te dirán que no es
eso, que es falta de tiempo para hacer lo que les gusta o para lo que tienen
talento. Argumentarán que las cosas son como vienen, que ya es tarde para ser
de otra manera, que no van a pararse a pensar en “tonterías”… ¿De verdad son
tonterías? ¿Es tonto pensar en cómo querías ser y no eres por ser como los
demás te han hecho?... ¿Quieres pensar en eso, o tampoco?
Hay muchas maneras de engañarse, y nosotras somos
especialistas en el auto engaño. Durante siglos nos hemos dicho cuál era
nuestro destino, cómo era nuestra naturaleza, nuestro rol, nuestra obligación,
nuestra belleza… Todo eso, no era más que la repetición de lo que se esperaba de nosotras y
se decía desde afuera .
Una autora escribía hace poco: “Las mujeres no tienen tiempo de vivir sus propias vidas, porque viven
abocadas en la vida de los demás aunque no les necesiten”. Se refería,
claro, a marido o pareja e hijos, de quienes nos hacemos responsables y de
quienes estamos pendientes (o dependientes) toda nuestra existencia…., sin
hacer caso de nosotras mismas.
Escuchamos a todos, nos implicamos en los
problemas de todos, y nos dejamos de lado con nuestras habilidades, sueños, o
maneras de ser. Satisfacemos antes lo que los demás esperan de nosotras, aunque
no sea necesario, que lo que a nosotras nos daría realización personal.
Eso también es no estar empoderadas, y si lo
estuviéramos no dejaríamos por ello de querer y ocuparnos de nuestra familia.
Es otra de las consignas que nos han grabado, como a fuego, tradicionalmente: “La mujer tiene que sacrificarse por los
suyos; la que no lo hace, no es buena madre, esposa, hermana o hija”. Y,
mucho o poquito, nos lo creemos tanto que lo ponemos en práctica, todas.
El día que dejemos de pensar que nuestra vida “podría ser
peor”, el día que empecemos a pensar
que “podemos hacer algo mejor”, que los
demás pueden valerse sin nosotras, que no somos un comodín para sus vidas sino
unas vidas autónomas que deben disfrutarse y desarrollarse, viviremos más, nos
apreciarán con más justicia y amaremos mejor.
Los hombres lo saben
Llega un momento, en que nosotras mismas
deberíamos decirnos: “¿es esto todo lo que quiero, todo lo que sé hacer?”. Si nos
contestásemos con sinceridad, veríamos que no era todo cuando empezamos a soñar en nuestras vidas
futuras. Empoderarse sirve para ir en busca de todo eso que dejamos atrás, que creímos
perdido y en realidad sigue latiendo en nuestro interior, esperando el instante
en que decidamos sacarlo. Empoderarnos no es traicionar a nadie, ni dejar de
amarles, sino dejar de fallarnos a nosotras mismas.
Los hombres saben más de todo eso. Ellos acostumbran a ir en
pos de sus sueños, en función de las habilidades que creen poseer y con las que
se sienten realizados profesional o personalmente, en cualquier etapa de sus
vidas. Si quieren ser pintores, escritores o técnicos informáticos, por
ejemplo, lo intentarán con ahínco en algún momento de sus trayectorias. No renunciarán
porque deben atender a sus padres mayores, a sus hijos alocados o a sus esposas
deprimidas. Ellos están educados en otro rol en el que su vida, la propia,
tiene prioridad. Así debe ser, sin por eso perjudicar a terceros. Por eso
debemos aprender que, entre todos, podemos ocuparnos de todo, sin buscar que
otro (casi siempre otra) haga mayor
sacrificio, y sin hacerlo tampoco.
Si eres hombre y la quieres, dile que tiene valores únicos
que valdría la pena destacar; díselo,
sea tu mujer, madre, hija, hermana, amiga, o abuela. Ella vale mucho y necesita
oírlo.